01.-Cancún o Kancum?
A lo largo de su historia, nuestra isla ha ostentado dos nombres: Cancún (con ene y con acento), y Kancum (con eme y sin acento). El problema es que ambas ortografías son correctas y que fueron usadas a discreción por los cartógrafos extranjeros, que desde luego no hablaban maya.
No andaba tan extraviada la alcaldesa Mara Lezama cuando, en su discurso de toma de posesión, propuso cambiarle el nombre a nuestro municipio, para que ya no se llame Benito Juárez, sino que adopte el nombre por el que todo mundo lo conoce: Cancún.
La propuesta causó algunas reacciones ignorantes, que alegan que el nombre de la ciudad se gestó en Fonatur, y que tiene los atributos de una marca comercial. Por el contrario, el nombre Cancún tiene plena legitimidad histórica. Con todas sus letras, así lo consignó el cartógrafo francés Jean Baptiste Bourgignon d’Anville en su célebre mapamundi de 1749. Hay alguna duda sobre la ortografía original, Cancún o Kancum, pero no hay duda que así se llamaba antes de Fonatur, antes de que hubiera turismo, antes de que existiera México, y antes, más de medio siglo antes de que naciera Benito Juárez.
Su actual denominación tiene motivos cien por ciento políticos. La propuesta vino del entonces gobernador del Estado, David Gustavo Gutiérrez Ruiz, quien razonó que Cancún debería tener algo mexicano… ¡y qué hay más mexicano que Benito Juárez! Así se lo hizo saber al entonces líder del Congreso Constituyente, Pedro Joaquín Coldwell, quien sin mayores averiguaciones lo plasmó en la primera Constitución. Ni que decir, la iniciativa le fascinó al jefe de ambos, el entonces Presidente Luis Echeverría, quien se ufanaba de proclamar en público que era fanático del Benemérito.
Eso fue hace muchos años y quizás sea tiempo de revisar la historia. Por desgracia Mara (que no era política, pero se está volviendo), se dejó amedrentar por su mentor político, Gastón Alegre, quien la increpó públicamente por su osadía, alegando que Benito Juárez es otra vez el héroe favorito del Presidente, aunque ahora se llame López Obrador. Mal por el defensor de los mayas, que no supo defender el nombre maya de Cancún, y desde luego mal por la clase política, que nos sigue diciendo que lo único que cuenta en este país es tener contento al Inquilino en Turno de Palacio Nacional.
Así que no hay vuelta de hoja: por lo pronto, Cancún se seguirá llamando Benito Juárez. Pero vale la pena echarle una ojeada a la historia. Lo que sigue es un resumen del capítulo Cancún o Kancum, incluido en el libro Fantasía de Banqueros II, que lamentablemente se encuentra agotado. Pero si Usted desea leer el capítulo completo, basta con solicitarlo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com y con mucho gusto se lo enviamos, sin costo alguno y en edición coleccionable.
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02.-¿El nido de las víboras?
A punto de cumplir 50 años de vida, el nombre de nuestra ciudad está rodeado de un halo de misterio
Mucha gente piensa que la palabra Cancún significa nido de víboras, y que tiene como raíz dos palabras mayas: ka’an, víbora, y kun, olla. Esa es una denominación bastante tétrica, pero tiene mucha popularidad, quizás porque se encuentra en Wikipedia, aunque ahí luce un signo de interrogación, implicando que se trata de una afirmación no confirmada.
Una precaución adecuada, porque todos los expertos disputan esa traducción. Escrita en castellano, en donde la k se transforma en c, la primera sílaba de Cancún se pronuncia can, no ca’an. Y si la palabra maya original era kan, entonces el significado puede ser víbora, pero también podría ser cuatro, o poder, o aprender, o enseñar, o dádiva, o regalo, o discurso.
Pero el verdadero dilema no está en kan, sino en kun, que puede ser olla, o calabaza, o amarillo, o también conjuro. Parte de la incógnita radica en que no estamos seguros si el vocablo original era Cancún (con ene), o Kancum (con eme). En los mapas más antiguos figura la primera versión, con ene, pero a finales del siglo XIX empezó a escribirse con eme, y esa ortografía se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX, e incluso figura en los documentos que elaboró Infratur/Fonatur a fines de los 60, cuando el Banco de México estaba planeando construir ciudades turísticas.
Dice el mayista Jorge Cocom Pech: “Hay un maya yucateco moderno, pero también hay un maya antiguo, e incluso un maya arcaico. El maya actual, como el español, es muy diferente al que se hablaba en tiempos de la conquista. Los idiomas se transfiguran, pierden partículas fonéticas, la gente los usa y los deforma, las lenguas evolucionan. Si queremos saber el significado, tenemos que conocer la pronunciación. ¿Cómo se pronunciaba la palabra Cancún en la antigüedad? Tenemos una idea, pero no una certeza.”
Coincide el lingüista Ramón Arzápalo Marín: ““Es exageradamente importante conocer la terminación, ahí está la clave del significado.”
En donde no coinciden es al interpretar el vocablo. Cocom Pech sostiene que Cancún significa cuatro conjuros. Arzápalo Marín tiene una propuesta más seductora: lugar de los encantos.
Concluye Cocom Pech: “El significado es un problema de interpretación. Cada lingüista representa una corriente, y con los mismos elementos, llegamos a conclusiones diferentes, incluso opuestas, pero igualmente válidas. En mi opinión, nunca nos vamos a poner de acuerdo.”
Lo único seguro es ignorar a Wikipedia, porque está claro que Cancún no significa nido de víboras, aunque hay que reconocer los heroicos esfuerzos que realizan algunos de nuestros políticos para merecer esa denominación. Como sea, si desea enterarse de la historia al detalle (el capítulo completo se llama De los conjuros a los encantos), solicítelo sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com. Tenga por seguro que se deleitará con el enigmático nombre de nuestra ciudad adoptiva.
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03.-La tierra de nadie
Para edificar su proyecto turístico, el Banco de México tuvo que comprar la isla de Cancún, pagando a los propietarios de los terrenos su precio en oro.
Menuda sorpresa se llevó el arquitecto Alberto Villanueva Sansores, a la sazón Jefe de la Oficina del Catastro de Quintana Roo (que entonces era estatal y no municipal, como es ahora), cuando el gobernador Javier Rojo Gómez le presentó a un abogado llamado Carlos Nader y le anunció que el Banco de México planeaba construir un centro turístico en el norte del Territorio.
Corría el año de 1969. El Banco ya había decidido no expropiar la isla de Cancún, sino localizar a los propietarios y comprar los terrenos a precios comerciales, pero manteniendo en secreto la construcción del centro turístico, para evitar que se desencadenará la especulación. Para eso, Nader necesitaba saber de quién era cada predio, y luego trasladarse a la isla disfrazado de inversionista, ya que ahí radicaban la mayoría de los propietarios (o simples posesionarios).
Pero había que armar un auténtico rompecabezas. En la época porfiriana, el norte de Quintana Roo estuvo dividido en una serie de latifundios, que se dedicaban a la explotación de salinas (en Las Coloradas), del palo de tinte (en Solferino), de la caña de azúcar (en Chiquilá, frente a Holbox), del chicle (en Santa María, hoy Leona Vicario), e incluso de tabaco (en San José de las Vegas, dentro del actual Cancún, a un costado del bulevar Colosio). Incluso había un rancho llamado Buenaventura, con un muelle rústico que probablemente se encontraba en las cercanías de Malecón Tajamar.
Los latifundios se desintegraron con la Reforma Agraria, dando lugar a una serie de ejidos, que terminaron rodeando lo que hoy es la mancha urbana de Cancún: al norte, el de Isla Mujeres; al este, el de Leona Vicario; al sur, el de Puerto Morelos. Pero en medio quedaron muchas propiedades particulares, con una titulación precaria, que pasaron de mano en mano por décadas, sin que la oficina de Catastro registrará esas operaciones.
Tal era el caso de la isla de Cancún, que estaba dividida en una veintena de ranchos dedicados al cultivo del coco. En base a un Informe de los predios del Mar Caribe, del desaparecido Departamento de Asuntos Agrarios, el periodista Francisco Verdayes elaboró un croquis que muestra la fragmentación de la costa en esa época, un trabajo muy meritorio que ilustra el vía crucis que tuvo que emprender Nader.
Verdayes ha puesto en duda esa versión de la historia, pero lo cierto es que Nader adquirió la mayoría de los predios y el Banco de México estuvo en condiciones de iniciar su proyecto. Alberto Villanueva sabe como lo hizo: “Pagaba un peso, y hasta dos, por cada metro cuadrado. Era una fortuna para la época.”
Como siempre, si desea leer el capítulo completo, solicítelo sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com, una crónica que abarca desde los latifundios porfiristas hasta la insólita estrategia de Carlos Nader.
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04.-Un aliado en Chetumal
La insólita crónica de un gobernador que apoyó sin reservas a Cancún
Como bien se sabe y se percibe, el gobierno de Quintana Roo siempre ha tenido una conducta poco fraternal con Cancún, ya se trate de la beligerancia abierta de Chucho Martínez Ross, la actitud distante de Miguel Borge, la frialdad recelosa de Joaquín Hendricks, y el desdén manifiesto de Félix González y de Beto Borge.
Sin regateos, los gobernantes del Estado compraron la leyenda de que Cancún era una zona en exceso privilegiada, un paraíso elegido por los dioses que no requería ni atención ni apoyos, y que debían enfocar su esfuerzo y sus recursos a regiones más desvalidas, como el sur y la zona maya (el único que medio se salva fue Pedro Joaquín, con su programa Nuevos Horizontes).
Los resultados de esa política miope están a la vista: el sur y la zona maya siguen postrados, y Cancún es una ciudad disfuncional, desatendida, con una mancha urbana caótica (una responsabilidad del Estado y del municipio), mientras que la zona hotelera, responsabilidad de Fonatur, sigue funcionando a las maravillas. Para decirlo sin rodeos, aquí están los peores problemas del Estado.
En ese contexto, hay dos gobernadores cuya actuación vale la pena revisar. No lo fueron del Estado, sino los últimos del territorio: el hidalguense Javier Rojo Gómez y el tabasqueño David Gustavo Gutiérrez Ruiz. Quizás porque eran fuereños, entendieron que Quintana Roo debía ser una unidad, y que la sorda rencilla y el rencor entre sus regiones no iba a beneficiar a nadie.
En 1969, antes de que se pusiera la primera piedra en Cancún, el gobernador Rojo Gómez declaró: “Todo mundo pronostica que si un programa turístico se lleva a cabo con vigor y en la forma adecuada en el Caribe mexicano, esta zona del país dentro de unos cuantos años sería la atracción del mundo, con todas las ventajas económicas y sociales que de este hecho se derivarán. El pronóstico no es ilusorio si se tienen en cuenta los enormes recursos que México tiene en esta zona. Lo importante es trabajar con decisión y con patriotismo para convertir en realidad estos deseos”
Voz de profeta, sin duda. Pero aparte de ser buen agorero, fue un político capaz, honrado a carta cabal, un hombre de ideas y un funcionario que se murió en la raya. Con toda justicia, se hizo acreedor a un homenaje superlativo: su nombre está inscrito en letras doradas en el Congreso de Quintana Roo, homenaje que no ha recibido ninguno de los fundadores de Cancún.
Rojo Gómez tuvo una participación activa en el arranque del proyecto Cancún, que está detallada en el capítulo Un aliado invaluable, del libro Fantasía de Banqueros II, que puede solicitar sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com
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05.-El aeropuerto que se volvió calle
En la prehistoria de Cancún, jugó un papel estratégico una modesta aeropista de arena comprimida, cuya existencia ignoraban los técnicos de Infratur.
Fernando Martí Cronista de la Ciudad
La puerta de entrada a Cancún es el cielo. Así lo consignan las estadísticas: nueve de cada diez visitantes arriban a este destino por vía aérea, tráfico que ha provocado que nuestro aeropuerto sea, a nivel nacional, el primero en conexiones internacionales y el segundo en pasajeros, y a nivel local, el negocio más rentable y próspero del estado.
Aunque nunca imaginaron esas cifras, esa puerta de entrada estaba en la mente de los creadores de la ciudad. Con impecable lógica, el plan maestro argumentaba que las ciudades emisoras de turistas se encontraban muy lejos, a cientos o a miles de kilómetros de distancia, y eso implicaba que Cancún tendría que ser un destino aéreo, o no sería.
Así que se aplicaron en la tarea. Contrataron expertos en aeronáutica, coquetearon con las aerolíneas, y sobre todo, consiguieron los recursos, porque no fue nada fácil convencer a la secretaría de Hacienda que aportará metálico para construir un aeropuerto internacional en plena selva. Aunque es un dato poco comentado, Cancún tuvo un aeropuerto internacional (marzo de 1975), antes de tener un presidente municipal (abril de 1975), cuando apenas contaba 8 mil habitantes.
Ese proyecto faraónico, sin embargo, tuvo un antecesor: la aeropista Puerto Juárez. Dos décadas antes, otro visionario de la política, Carlos Lazo, trató de unir por ferry Isla Mujeres con La Habana en un proyecto llamado Circuito Náutico del Caribe, que incluyó el trazo de una modesta pista de sascab comprimido, ubicada físicamente en el actual casco urbano de Cancún.
Ese humilde acceso fue la primera puerta de Cancún. Por ahí llegaron los urbanistas que imaginaron la ciudad, los técnicos que la construyeron, los banqueros que la financiaron, y también los primeros turistas que la conocieron (por vía aérea). Ahí aterrizó con un gran jet un piloto distraído (que la confundió con el aeropuerto internacional), y ahí se construyó la torre de control con techo de palapa, ese pintoresco edificio que se ha convertido en el símbolo de la ciudad.
Mas así como surgió, de la nada, así desapareció. Concluida su misión, se convirtió en un baldío, terreno de juego para la chiquillería del pueblo, hasta que los urbanistas le encontraron una nueva vocación: la de calle. Así la conocemos hoy día, con un rosario absurdo de nombres superpuestos (Libramiento Kabah, Avenida Rodrigo Gómez y Avenida Javier Rojo Gómez), sin una placa que recuerde que alguna vez figuró en las cartas de navegación aérea como la puerta de entrada del proyecto Cancún.
Recuadro
Una historia detallada de la aeropista Puerto Juárez se encuentra en el capítulo Un regalo del cielo, del libro Fantasía de Banqueros II. En versión electrónica, el capítulo se puede solicitar sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com
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06.-Crónica de un monumento invisible
El edificio más original de Cancún, la torre de control del viejo aeropuerto, fue declarada Símbolo de la Ciudad, pero se ubica donde nadie la puede ver.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
¿En qué se parecen la Torre Eiffel de París, la Estatua de la Libertad de Nueva York, el Cristo del Corcovado de Río de Janeiro, la Torre del Big Ben de Londres y el Ángel de la Independencia de la Ciudad de México?
En dos cosas. Primero, que se trata de estructuras únicas, muy originales, que no se parecen a ninguna otra, y que cualquiera identifica al primer golpe de vista. Y segundo, que se han convertido en el símbolo de una ciudad, un factor de identidad para sus habitantes, y un trazo inconfundible y entrañable para los forasteros.
Ese parecía ser el caso de la vieja torre del aeropuerto de Cancún, que por unos años estuvo cerca de ubicarse en esa categoría. Una revista, Pioneros, la incluyó en su logotipo. Otro tanto hizo la asociación Pioneros Fundadores. Por decisión unánime del comité organizador, figuró también en el emblema del 40 Aniversario de Cancún.
Y en 2001, por iniciativa de un grupo de ciudadanos que contó con el respaldo de la alcaldesa Magaly Achach, se convirtió en un vistoso monumento que parecía dar la bienvenida a los visitantes de Cancún, en la glorieta que se encontraba a la entrada a la ciudad.
Incluso, el cabildo (no el de Magaly si no, doce años después, el de Julián Ricalde), emitió después un acuerdo que la declaraba Símbolo de la Ciudad, el cual sostenía que la torre, aparte de ser original, se identificaba a la perfección con los orígenes de la ciudad, pues se trataba de un edificio elaborado con los elementos de la selva y con las técnicas de construcción de los mayas, pero tenía el propósito moderno de auxiliar a la navegación aérea, y en forma simbólica, de garantizar la seguridad a los viajeros que llegaran por esa vía, que es una forma de darles la bienvenida.
En ese mismo acuerdo, siguiendo el ejemplo de la Ciudad de México con su Ángel, el cabildo instruyó al Instituto de la Cultura para que convocara a un concurso nacional, cuyo objetivo sería diseñar un logotipo de la torre, que se pudiera incluir “en la papelería oficial, en las carteleras, en los desplegados de prensa, en la folletería turística, en las páginas electrónicas y en el equipamiento del Ayuntamiento”.
Eso nunca sucedió. Lo que sí sucedió es que la réplica de la torre fue demolida para construir el Distribuidor Vial, y que la segunda réplica, producto de una enérgica protesta ciudadana, quedó instalada sobre un cruce de avenidas de alta velocidad, inaccesible para el público, y totalmente invisible para los conductores que transitan la rotonda, que por necesidad concentran la mirada y la atención en el intenso tráfico.
Tal vez sería bueno, ahora que se acerca el 50 Aniversario, pensar si vale la pena reubicar la torre y darle nueva vida como Símbolo de la Ciudad. Las razones que esgrimió el Cabildo siguen siendo válidas: es un edificio histórico, enraizado en los orígenes del proyecto, vinculado a la modernidad, identificado con la vocación hospitalaria de Cancún, y sobre todo, muy original, que no existe en ninguna otra parte del mundo. En una palabra, único.
Al parecer, existe un Comité Organizador del 50 Aniversario. Y digo al parecer porque, si bien se instaló el pasado 19 de agosto, en las seis semanas transcurridas desde entonces adquirió la misma calidad que la torre: se volvió invisible. No se ha reunido, no ha convocado a nada, no ha recibido ninguna propuesta. Pues aquí va la primera: hay que reubicar el símbolo de la ciudad.
Recuadro
Una historia detallada de la la torre original y sus réplicas se encuentra en el capítulo Una modesta torre de palitos, del libro Fantasía de Banqueros II. En versión electrónica, el capítulo se puede solicitar sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com
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07.-El logotipo que se volvió escudo
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
Para cumplir con el protocolo, las ciudades del estado más joven del país diseñaron escudos de acuerdo a los principios de la heráldica… y de la mercadotecnia!
El logotipo de la marca Cancún, hoy elevado a la categoría de escudo de armas, con presencia en la papelería oficial y en el frontis del Palacio Municipal, surgió de un concurso entre agencias de publicidad.
Recuerda Guillermo Grimm, que allá por 1973 despachaba como responsable de mercadotecnia de Infratur: “Convocamos a un concurso y le dijimos a los participantes: queremos una imagen que refleje la esencia de Cancún, el sol, la playa, lo maya, el trópico, lo Caribe. No estaba fácil. Había que meter todos esos elementos en una sola imagen, y que además fuera atractiva.”
Añade Joe Vera, diseñador de origen mexico-norteamericano: “Grimm me dio unas fotografías. Empecé dibujando trazos, algo que evocara los rayos del sol y las olas del mar. La verdad, fui un poco influido por las curvas del logotipo de Coca-Cola, que también tenían un trazo ondulante. Luego le dimos color y decidimos meter las franjas de arena, de mar y de sol. Pero todo fue producto de la imaginación: hice el boceto sin visitar Cancún.”
El proceso creativo sufrió varios ajustes: “Yo dibujé una C, por la primera letra de Cancún. Las franjas estaban unidas del lado izquierdo, y separadas del lado derecho. Pero Grimm me pidió que lo modificara, y que la línea que separa las franjas de arriba de las de abajo, fuera continua. En cuanto a la silueta, desde luego que sí se parece al aro del juego de pelota, aunque en origen yo quise representar al sol.”
El logo tenía la finalidad de figurar en los folletos de publicidad, pero sucedió algo insólito. Recuerda Grimm: “A la gente le gustó, lo adoptaron de inmediato. Lo empezaron a usar en los restaurantes, en las agencias de viajes, en los anuncios de los primeros hoteles. A mí me hacía mucha gracia, pero estaba hasta en las portezuelas de los taxis.”
De ahí pasó a la dignidad de escudo municipal, durante la gestión de Francisco Alor. Apunta el ex alcalde: “Lo sugirió un regidor en una sesión de Cabildo, no recuerdo quién, y a todos nos pareció una buena idea. Así que, sin más trámite, le pedí a Obras Públicas que hiciera el trabajo. Me pareció importante que el principal edificio de Cancún tuviera un símbolo que fuera parte de nuestra identidad.”
¿Cumple el logo de Vera con las exigencias de la heráldica?
La respuesta es más o menos, pues no está dividido en cuarteles, ni ostenta soportes, ni luce una corona o yelmo, ni incluye un punto de honor o un ombligo, ni incluye un lema o divisa, pero sí tiene una mesa de espera convencional (redonda, como el escudo nacional de México), sus colores se corresponden con la escala cromática aceptada (azures, azul; gules, rojo; y oros, amarillo), y sin duda muestra, aunque sea de manera simbólica, las armas de combate de una ciudad tan pacífica como Cancún: el sol, la arena y el mar.
Un contenido similar incluyen los emblemas de otras ciudades del Estado: animales simbólicos como el caracol (Chetumal), la tortuga (Tulum) y la golondrina (Cozumel); iconografía maya (Solidaridad y Tulum); edificios emblemáticos como un faro (Isla Mujeres) o una pirámide (Solidaridad, Tulum), y desde luego, el sol y el mar como elementos clave (como en el caso de Cancún).
Escudos optimistas, y sobre todo, escudos pacifistas. Tal vez por eso nos sea tan difícil aceptar la violencia que hoy ensombrece nuestro presente y amenaza nuestro futuro.
Recuadro
La crónica completa de la confección del logo de Cancún se encuentra en el capítulo Las armas del paraíso, del libro Fantasía de Banqueros II. En versión electrónica, el capítulo se puede solicitar sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com
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08.-El convidado de piedra
Silente, adusta, inescrutable, la estatua de piedra de Benito Juárez preside la Plaza de la Reforma, un doble homenaje del municipio que también lleva su nombre.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de Cancún
Accidentado, podría decirse. Caótico, en más de una ocasión. Impopular, como todas las imposiciones. Esos calificativos sin duda aplican al proceso de creación de los siete municipios que conformaron el nuevo estado de Quintana, allá por el año prehistórico de 1974.
Todo comenzó cuando la secretaría de Gobernación envió a Chetumal el proyecto completo de la Constitución local, ya redactada, con puntos y comas, un paternalismo que no cuadraba del todo con la erección de un Estado Libre y Soberano.
Para aprobar ese documento pre-aprobado, el Gobernador en turno convocó a la elección de un Congreso Constituyente, cuya única función era redactar una Constitución que ya estaba redactada. Las elecciones, celebradas en noviembre, las ganó el único partido que presentó candidatos, el PRI. Así, siete ciudadanos del Territorio se convirtieron en los primeros diputados del Estado, para encontrarse con que alguien más ya había hecho su trabajo.
Pero antes de dar su conformidad, de firmar y de promulgar el mamotreto, se toparon con un capítulo que les pareció incompleto: la División Territorial. Según su propio testimonio, el texto proveniente de México preveía que el nuevo Estado tendría cuatro municipios, idénticos a las cuatro delegaciones del territorio: Othón P. Blanco, Felipe Carrillo Puerto, Cozumel e Isla Mujeres.
El Gobernador en turno les hizo ver que eso era imposible. Para empezar, Cancún requería ser municipio, no podía seguir siendo parte de Isla Mujeres. Para esa fecha, ya vivían en los campamentos más trabajadores que isleños en toda la isla. Además, añadió el Señor Gobernador, como se rumoraba que el destino turístico tenía una vocación extranjerizante, sin duda ese municipio requería un nombre mexicano… ¡y que más mexicano que Benito Juárez!
Así se zanjó la cuestión. Desde luego, nadie le preguntó a los habitantes de Cancún si se querían llamar así, ni se evaluaron los méritos de Juárez (que nunca estuvo en Yucatán, ni en Quintana Roo), ni se consideró mantener el nombre maya e histórico de Cancún. Más bien, prevaleció el impulso de complacer al Presidente en turno, que dos años antes había declarado 1972 como el Año de Juárez (y que, por cierto, convocó a un certamen escultórico que ganó Víctor Gutiérrez, autor del impertérrito monolito que adorna la plaza principal de la ciudad).
De ese modo Benito Juárez, el impasible, obtuvo otro municipio, otra Plaza de la Reforma, otra estatua y otro Palacio Municipal (que no estuvo listo a tiempo), en esta suerte de homenaje interminable que los mexicanos hemos decidido rendirle. Cancún obtuvo también un territorio inmenso, que se extendía desde Puerto Morelos (cuyos habitantes estaban enojadisimos, pues ellos querían pertenecer a Cozumel), hasta Cabo Catoche.
Ahí fue donde se armó la gorda: Isla Mujeres casi se amotina. Los isleños habían aceptado, a regañadientes, que les quitaran los terrenos del Proyecto Cancún, pero nunca iban a aceptar que les cercenaran todo el territorio continental. Así que se pusieron en pie de lucha, hicieron mítines, mandaron cartas, bajo el liderazgo de su propio diputado, el químico Gilberto Pastrana.
Al final, el Congreso Constituyente no la tuvo tan tranquila. Hicieron una gira relámpago por la entidad (de donde surgió la visión de crear otros dos municipios: Lázaro Cárdenas y José María Morelos), y negociaron lo que se pudo con la gente de Isla Mujeres, para llegar a una solución de compromiso: el territorio continental fue dividido, de El Meco hacia abajo para Cancún, de El Meco hacia arriba para Isla.
Un caso insólito: antes de nacer, el municipio de Benito Juárez había perdido la mitad de su territorio.
Recuadro
Una crónica detallada del proceso de creación del municipio se encuentra en el capítulo En honor del Benemérito, del libro Fantasía de Banqueros II. En versión electrónica, el capítulo se puede solicitar al correo fantasiadebanqueros@gmail.com
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09.-El mito del 20 de abril
En parte por costumbre, en parte por cálculo político: así se definió la fecha de cumpleaños de nuestra ciudad.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
Cancún es, quizás, la ciudad mejor planeada en la historia de México. Decenas de especialistas participaron en la elaboración del plan maestro, el sacrosanto conjunto de normas y reglamentos que luego se aplicaría en la etapa de construcción. Urbanistas, abogados, financieros, mercadólogos, y hasta políticos, aportaron sus conocimientos y opiniones para afinar el proceso de fundación, muchos antes de que se pusiera la primera piedra.
El problema es que nunca se puso la primera piedra. O más bien sí, claro que se puso, pero ningún notario estuvo presente para certificar tal acontecimiento, ni hubo ceremonia protocolaria, ni vecino o colono que se tomara la molestia de anotar en un cuaderno una frase con sabor histórico, del tipo el día de hoy se iniciaron los trabajos. Simplemente, en enero de 1970, sin mayor protocolo se iniciaron los trabajos.
El mandamás del equipo fundador, Antonio Enríquez Savignac, confesaba años después: “Nunca se nos pasó por la cabeza. El sitio elegido era selva virgen, y no había vecinos, ni colonos. Se nos olvidó de plano.”
Pero las ciudades, como las personas, necesitan un cumpleaños. No se trata tan solo de una fecha: tal día, tal mes, tal año. El cumpleaños es mucho más: es un rasgo de identidad, un instante que certifica la llegada a este mundo, una suerte de marca indeleble y única (aunque sea compartida con miles de gentes), y por eso ocupa un lugar destacado en cualquier calendario personal y figura en algún rincón de todos nuestros documentos básicos, empezando por el acta de nacimiento y siguiendo con la fe de bautismo, el certificado de primaria, la cartilla militar, la licencia de manejar, el pasaporte, la credencial del IFE, y hasta la cédula fiscal, o sea, el Registro Federal de Contribuyentes.
Eso lo sabían muy bien, en la antigüedad, quienes se dedicaban a fundar ciudades (si es que tal oficio existe). Por eso, aunque se tratara de una llanura desierta (como en el caso de Puebla), de una playa desierta (como en Veracruz), o de un islote con un nopal devorando una serpiente (¡viva México!), lo procedente era reunir a la corte o al cabildo, invocar a los dioses protectores, pronunciar un par de arengas patrióticas, echar bendiciones a diestra y siniestra, y muy importante, redactar un acta de fundación, para que el suceso quedará para la historia.
Como nada de eso sucedió en Cancún, años más tarde hubo que inventar un cumpleaños. Ese lance corrió a cargo de un alcalde imaginativo y audaz, José González Zapata, quien en 1988 convocó a una sesión solemne y, aprovechando que estaban reunidos los pioneros, los notables, las fuerzas vivas, y las autoridades del Estado y del país, sometió al Cabildo un acuerdo para que el 20 de abril fuera adoptado como fecha oficial de fundación de Cancún, atendiendo a “la memoria de los fundadores y documentos relativos a tal hecho”.
Nadie identificó nunca a los memoriosos fundadores, nadie jamás leyó los supuestos documentos. No era necesario. Para ser entendida, la historia requiere de mitos, entendidos como la interpretación de un pasado confuso (el tiempo arqueológico, lo llama Levi-Strauss), en términos que puedan ser comprendidos por la mayoría. Aunque sea reciente, el origen de Cancún es confuso (nadie se percató que había que fundarlo), pero la solución es el mito del 20 de abril, plasmado en un acuerdo de cabildo.
Todavía después, al mito se le añadió otro mito, que ese día había llegado el primer lote de maquinaria (efeméride que no consigna el acuerdo de González Zapata), pero los detalles de esa historia están en el capítulo En un día feliz…, del libro Fantasía de Banqueros II, que puede solicitar sin costo al correo electrónico fantasiadebanqueros@gmail.com
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10.-Una joya en el patio trasero
En espera de mejores tiempos, en un rincón del Parque Kabah se encuentra un monumento excepcional: la primera casa que se construyó en Cancún
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
¿Cuántas comunidades en el mundo pueden presumir que tienen, entre sus edificios históricos, la primera casa que se construyó en la ciudad?
Ciertamente muy pocas, porque no estamos hablando de una réplica de la primera casa (tal vez hecha con los mismos materiales, pero una copia al fin y al cabo), ni estamos hablando de las ruinas de la primera casa (como los vestigios que se ubican en muchas zonas arqueológicas), sino de la auténtica primera casa, la mismita que se construyó antes de que hubiera cualquier otra cosa.
Ese es el afortunado caso de Cancún. En una parcela del parque Kabah, un poco escondida por la exuberante vegetación, fue construida bloque por bloque, viga por viga, con notable esmero y dedicación, una discreta casa de descanso que estuvo en pie y en funciones cuando la ciudad de Cancún no era más que un proyecto en las mesas de trabajo de sus creadores.
La única diferencia es la ubicación: esta casa estaba en la playa virgen de Cancún, y ahora se encuentra en un parque, en medio de la caótica mancha urbana, y dejó de ser casa de descanso para convertirse en un recinto de usos múltiples, pues lo mismo funciona como aula para cursos de manualidades, como salón de sesiones para grupos ciudadanos, e incluso como un improvisado Museo de la Ciudad.
La razón de esa metamorfosis se explica en el siguiente recuento.
Uno: en 1968, un político retirado que vive en Isla Mujeres, José de Jesús Lima, decide construir la casa en la solitaria playa de Cancún. Todos los materiales (vigas de zapote, blocs y losetas, marcos de ventana, puertas de madera, muebles de baño), son acarreados desde la isla por lancha.
Dos: Cuando arranca el proyecto Cancún, el gobierno de México adquiere el inmueble, que a poco se convierte en la Casa de Visitantes Distinguidos de Fonatur. Por ahí pasan presidentes, primeros ministros, premios Nobel y toda clase de luminarias, incluidos ídolos deportivos y estrellas del rock. Durante dos décadas, el paradisíaco enclave es utilizado, con eficacia extrema, para presumirle Cancún a los ricos y poderosos.
Tres: en la década de los 90’s, la adopción del neoliberalismo como doctrina oficial obliga a Fonatur a vender sus activos. La Casa de Visitas no se salva: con todo y sus jardines, se subasta para construir un hotel. Gana la puja la empresa Royal Resorts, una exitosa operadora de tiempos compartidos, que alista la picota para demoler la rústica mansión. Sus días están contados…
Cuatro y último: una llamada telefónica providencial cancela la sentencia. Con mucho tino, el alcalde Rafael Lara llama al nuevo dueño de la propiedad, el empresario yucateco Armando Millet, para pedirle que done la casa al Ayuntamiento. Millet hace mucho más: en vez de meterle marro, desmonta la mansión pieza por pieza, las clasifica, las numera, y las vuelva a armar en el predio que le indican, que no es otro que el parque Kabah.
Todo eso sucede porque Lara tenía planes muy ambiciosos para el parque, al que trata de convertir en el Chapultepec de Cancún. El plan no es nada malo, pero le pasa lo que a tantos planes buenos: llega el siguiente alcalde y lo cancela, dejando el proyecto a medias. Así está el parque desde hace 20 años, descuidado, sin servicios, un poco ruinoso, y así está también la Casa Maya, oculta de las miradas, relegada al olvido por una ciudad joven y distraída.
Desde luego, parece un final poco glorioso para un monumento que es único, y que tiene pocos paralelos a nivel mundial. Como comunidad, estamos reprobados en civismo: tal vez Cancún no tenga mucha historia, pero es imperdonable que la joya de la corona, la primera casa de la ciudad, se encuentra arrumbada en el patio de atrás.
La crónica de las dos construcciones de la Casa Maya se encuentra en el capítulo Crónica de un rescate frustrado, del libro Fantasía de Banqueros II, que puede solicitar en versión electrónica al correo fantasiadebanqueros@gmail.com
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11.-La paradoja de la ciudad perfecta
Los errores de los urbanistas de Infratur, producto de la improvisación, le están pasando factura a la ciudad algunas décadas después.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
Los creadores de Cancún, que ansiaban fundar una ciudad perfecta, querían construir el Palacio Municipal cerca de la playa, exactamente donde hoy se encuentra la marina de Puerto Cancún. El arquitecto Juan Meza, quien figuraba en el equipo pionero de urbanistas, recuerda el lance:
“En los bocetos, colocamos la plaza principal frente al mar, y a los costados, un ancho malecón. Pero cuando hicimos las primeas mediciones descubrimos que esos terrenos eran inundables. Servían para una marina, no para el centro histórico. Así que tuvimos que buscar otro lugar.”
Pero la nueva ubicación fue pésima, pues colocaron el palacio y la plaza al costado oriente de la carretera Puerto Juárez-Puerto Morelos, a la que de paso convirtieron en la principal avenida de la ciudad, la Tulum. Menos afortunado aún fue que no rectificaran el trazo de la arteria, pues nadie ha podido explicar cómo es que la Tulum tiene ocho carriles frente a la Plaza de la Reforma, que se reducen a cuatro tras cruzar la Avenida Chichén-Itzá, y que se vuelve intransitables, de sentido único, tras atravesar la López Portillo.
Más ese error, que parece elemental, estuvo muy lejos de ser el único. A la distancia, la propuesta urbanística de Infratur estuvo plagada de yerros e improvisaciones, que le están pasando una factura costosa al desarrollo de la ciudad. Un breve recuento:
- El límite norte de la ciudad, la carretera a Mérida, quedó pegada a un ejido. Eso fue una invitación abierta al caos urbano, en un país donde las tierras ejidales se trafican sin ningún pudor, casi siempre para albergar asentamientos irregulares.
- Sobre ambos costados de la misma carretera, pocos kilómetros al sur, se creó otro ejido, el Alfredo G. Bonfil. No era difícil predecir, como efectivamente sucedió, que la mancha urbana quedaría apresada entre núcleos agrarios, que en este caso particular se convirtieron en el primer problema ambiental, al convertirse en minas de arena a cielo abierto.
- Nunca se contempló una vía rápida que cruzara la ciudad de norte a sur (la Bonampak ha tenido que cumplir esa función), y menos de poniente a oriente, pues las avenidas que corren en esa dirección se topan con la zona fundacional (o centro histórico), que fue diseñado para desalentar la circulación de vehículos.
- La zona hotelera, que obviamente iba a generar un intenso tráfico, desemboca a una avenida ornamental muy hermosa, la Cobá, con un camellón amplísimo, pero con sólo dos canales de circulación. Al coincidir con el eje norte-sur, la Bonampak, es lógico que se produzcan esos embotellamientos kilométricos, dignos de una megalópolis.
Así podríamos seguir ad infinitum. Por suerte, Cancún cuenta con un organismo especializado, el Instituto de Planeación Municipal, el IMPLAN, que ha estudiado a fondo toda esta problemática y ha puesto en la mesa las soluciones idóneas. Por desgracia, nadie le hace caso al IMPLAN, ni los mismos presidentes municipales, que más bien lo ven como un estorbo a sus constantes atropellos en cuestiones tan rentables como la densidad hotelera y los cambios de uso de suelo.
La cuestión es que la ciudad de Cancún, que fue concebida como un pueblo de apoyo para la zona hotelera, es ahora una metrópoli un tanto caótica, un poco disfuncional, un algo desorganizada y un mucho incierta, o sea, un poblado de apoyo que, paradójicamente, requiere toda clase de apoyos.
Una crónica detallada de la transformación de Cancún se encuentra en el capítulo De pueblo a ciudad, del libro Fantasía de banqueros II, que puede solicitar sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com
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12.- La cara invisible (e impresentable) de Cancún
Junto a la ciudad planeada por Infratur, siempre hubo (y todavía hay) una ciudad que nadie imaginó, que nadie trazó y que nadie quiere ver.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
De todos los defectos que se le pueden achacar al Plan Maestro de Cancún, sin duda el que provocó más conflictos y más dolores de cabeza fue el olvido de que la mayor parte de los futuros habitantes de la ciudad serían obreros de la construcción y sus familias, o sea, albañiles, peones y similares, que por definición ocupan uno de los peldaños más bajos de la escala económica.
El proyecto de Banco de México apartó, de manera más teórica que práctica, una serie de espacios urbanos aledaños a la carretera a Mérida (la actual avenida López Portillo), para convertirlos en zonas habitacionales de los trabajadores, fijando precios muy accesibles para la adquisición de los predios, incluso por debajo de su costo, y créditos a largo plazo para liquidarlos. Pero el banco, al fin y al cabo banco, impuso una norma burocrática que resultó insuperable: los compradores debían demostrar sus ingresos para convertirse en sujetos de crédito.
Eso no era posible en el Cancún original. Las empresas constructoras, que eran los únicos patrones en ese entonces, pagan ahora y siempre han pagado por semana y en efectivo, en base a listas de raya que consideran empleados eventuales a los obreros. Y lo mismo sucedía con los choferes de los volquetes, los contratistas de acabados (carpinteros, plomeros, herreros), los conductores de taxi, los vendedores ambulantes, y en una etapa posterior, las camaristas y los meseros, cuyos ingresos dependían en buena parte de las propinas.
En consecuencia, no había compradores para los terrenos urbanizados de Infratur, pero sí había la necesidad de vivir en cualquier parte, y esa parte cualquiera resultaron ser los terrenos ejidales que se ubicaban del otro lado de la carretera, justo enfrente de los límites del Plan Maestro.
En ese proceso, también jugaba en contra de los planes oficiales la mentalidad de los campesinos mayas, quienes constituían la mayor parte de la masa trabajadora y quienes, desde tiempo ancestrales, consideraban la tierra propiedad comunal. Durante generaciones, habían construido sus casas donde les venía en gana, con suficiente espacio para sembrar sus huertos y dejar vagar a sus gallinas. Y ahora resultaba que tenían que vivir en terrenos confinados, sin huertos y sin gallinas, y para colmo, tenían que pagar por ello.
Cancún tiene fama de ser una de las ciudades mejor planeadas del país. Sin duda lo fue la ciudad formal, porque el Plan Maestro consideró hasta los más mínimos detalles, como la altura máxima de casas y edificios, o el trazo de calles y avenidas que se construirían décadas después. Pero esa fama tiene que contrastarse con un dato increíble: desde el origen y hasta el día de hoy, siempre ha vivido más gente en los asentamientos espontáneos que en la ciudad planeada por el gobierno.
Las fotos aéreas de los 70s ya muestran esa irregularidad, que ha persistido a pesar de las numerosas iniciativas para revertirla, como los Nuevos Horizontes de Pedro Joaquín Coldwell, la Franja Ejidal de Mario Villanueva, los fraccionamientos concesionados de Miguel Borge, las viviendas gallinero del Presidente Fox y otros más.
Ese proceso se describe con algún detalle en el capítulo Precaristas y colonos, del libro Fantasía de Banqueros II (que en versión PDF se puede solicitar sin costo al correo fantasiadebamqueros@gmail.com), pero la conclusión no es optimista, porque los últimos gobiernos municipales han enfrentado el problema con la técnica del avestruz: si no se ve, no existe.
De modo que la ciudad espontánea sigue creciendo, ahora con un increíble trafique de franjas irregulares del ejido Alfredo Bonfil, que en efecto no se ve, pero que tarde o temprano nos pasará factura.
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13.- El laberinto de los taxistas (y los carteros)
En la ciudad mejor planeada de México, los nombres de calles y avenidas son un auténtico rompecabezas.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
Si usted tiene algunas décadas residiendo en Cancún, con toda seguridad sabe dónde está el Libramiento Kabah. Ese no es nombre oficial, sino popular: así solía llamar la gente a la Avenida Kabah, cuando su función era conectar la carretera a Mérida con la carretera a Chetumal, librando a los automovilistas de atravesar el centro de la ciudad. Pero esa denominación hoy resulta un poco absurda, ya que el libramiento se convirtió con el tiempo en una parte del centro de la ciudad.
Lo que sí es oficial fue que, en 1992, el Ayuntamiento decidió honrar a los fundadores de Cancún, y con ese afán impuso a la avenida un nuevo nombre, el de Rodrigo Gómez, quien fuera director del Banco de México cuando se elaboró el Proyecto Cancún. Hubo ceremonia protocolaria, el gobernador en turno fue testigo, el alcalde pronunció un discurso, pero quizás nadie le avisó con claridad al encargado de rotular las calles, pues si bien empezaron a aparecer placas que rezaban Avenida Rodrigo Gómez, nunca desaparecieron las que decían Avenida Kabah.
Tal duplicidad causó cierta confusión que, desde luego, se agravó cuando otro responsable de las calles, no muy ducho en historia patria, confundió a Rodrigo Gómez con el penúltimo gobernador del Territorio, Javier Rojo Gómez, y sin dejar nada fuera, inventó la Avenida Rodrigo Rojo Gómez Kabah.
Ese triple enredo no es más que un botón de muestra del caos existente en la nomenclatura local, que no se corresponde con la fama que tiene Cancún de ser la ciudad mejor planeada de México. Un breve recuento:
- En el polígono sur hay una Avenida de las Torres, que tal vez no es nombre oficial, pero vaya usted a saber cuál es el nombre oficial, pues en la misma arteria hay placas que informan que se trata de la Calle 56, la Avenida Carlos Castillo Peraza, la Avenida Cancún y la Prolongación Bulevar Cancún.
- La quíntuple denominación le provoca cierta inquietud a los taxistas, que saben que en el norte hay otra Avenida de las Torres, que también se llama 20 de Noviembre, no muy lejos de una tercera Avenida de las Torres, igualmente llamada Avenida Chaac-Mol, en lo que parece un siniestro empeño de la CFE por confundir a la ciudadanía.
- En las regiones 200 hay una avenida que se llama Galaxias del Sol, pero solo de un lado de la calle, donde se encuentra el fraccionamiento del mismo nombre. Del otro lado la calle se llama Avenida Jacinto Canek, en unos tramos, y Avenida Centenario, en otros, sin que nadie tenga plena certeza de cómo se dio esa mescolanza.
- Infratur bautizó las avenidas del centro histórico con nombres de ciudades mayas, pero le sobraron ciudades mayas, o le faltaron avenidas, pues la que comienza como Avenida Sayil cambia en pocas cuadras a Avenida Labná, luego es Avenida Tankah, luego Avenida Xelhá, y otra vez Avenida Tankah, todo en un recorrido de dos kilómetros.
- En las cercanías del crucero, las calles fueron numeradas (1, 3, 5…), y se les añadió una referencia de rumbo, la palabra Norte. Hacia el rumbo contrario también fueron numeradas, pero no con números pares (2, 4, 6…), como hubiera sido lo lógico, sino con idéntica serie (1, 3, 5…). Para diferenciar, aquí se les añadió otra referencia de rumbo, pero no Sur, como hubiera sido lo lógico, sino Oriente (!!!). El resultado es que la Calle 3 Norte, sin cambiar de rumbo, se transforma súbitamente en la Calle3 Oriente, cuestión que marea hasta a los carteros, que tienen que aprenderse la ciudad de memoria.
En resumen, un caos. Eso sin contar la arbitraria numeración de las súper-manzanas, la inexistente nomenclatura de las ciudades perdidas, la triple nomenclatura del ejido Bonfil (todas ellas oficiales), la falta de placas en más de la mitad de las calles de la ciudad, el lamentable deterioro de las placas que sí existen, y el sacrosanto derecho del Ayuntamiento de contribuir al desorden, todo lo cual se narra con cierto detalle en el capítulo Me puedes decir dónde diablos queda…, del libro Fantasía de banqueros II, que puede solicitar al correo electrónico fantasiadebanqueros@gmail.com
Mientras tanto, ahí le dejo este dato: de los ocho mil empleados del Ayuntamiento, no hay ninguno que sea el responsable directo del nombre de calles y avenidas, función que ha pasado a ser del dominio de la comunidad y que ejercen sin control los fraccionadores, los próceres de ocasión, las líneas de autobuses, los vecinos, y el público en general. Para Ripley…
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14.- Crónica de un salto al vacío
El auge de Acapulco propició un crecimiento desordenado de la ciudad, que terminó amenazando su existencia como destino turístico.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
A principios de la década de los 70s, cuando se iniciaron en el norte de Quintana Roo los trabajos para construir una ciudad que se llamaría Cancún, el turismo en México giraba en torno a una bahía magnética y legendaria, que en unas pocas décadas había alcanzado renombre a escala global: Acapulco.
Refugio del jet-set internacional (ahí vacacionaban las estrellas de Hollywood y los banqueros de Wal Street) destino de inversiones multinacionales (ahí aterrizaron las grandes cadenas hoteleras, como Hilton y Hyatt), coto privado del ex presidente Miguel Alemán (que se había convertido en una especie de zar del turismo), ninguna amenaza parecía cernirse sobre la Perla del Pacífico. Algunos datos duros avalaban ese espejismo:
- En 1968, México firmó con los Estados Unidos un tratado bilateral aéreo, que permitía a las aerolíneas efectuar vuelos directos al puerto, sin necesidad de hacer escala en la Ciudad de México. Las rutas y las frecuencias se multiplicaron, presionando la ampliación de la oferta hotelera.
- Las playas de Hornos y Condesa se llenaron de rascacielos. Puerto Marqués y su playa Pichilingue se pusieron de moda, fuera de la bahía tradicional. Incluso, el naviero P. Ludwig arrancó la construcción de un enorme complejo por el rumbo del aeropuerto, con mil cuartos de hotel y un campo de golf, el Princess.
- En 1973, Alemán convenció al presidente Echeverría de construir el Centro Acapulco, para atraer convenciones internacionales masivas. Con un costo de 50 millones de dólares (similar a la primera etapa de Cancún), el recinto se convirtió, a partir de 1976, en sede permanente del Tianguis Turístico de México.
- Con su Reseña Cinematográfica (iniciada en 1979), el fuerte de San Diego (donde tenían lugar las premiere), su yate Fiesta (que surcaba la bahía atiborrado de visitantes), los clavados de la Quebrada (un auténtico salto al vacío), y una costera atiborrada de restaurantes y boutiques, el inventario de atracciones parecía completo y estaba en auge.
Pero negros nubarrones se acumulaban en el horizonte. Una mirada atenta bastaba para descubrir que, detrás del oropel y la fanfarria, existía una ciudad disfuncional saturada de asentamientos irregulares, con crecientes índices de marginalidad y violencia. Incluso la zona turística enfrentaba grandes desafíos: la línea costera estaba sobre-densificada, las playas habían sido copadas por el comercio ambulante, el tráfico en la costera era caótico, y lo más grave de todo, la mancha urbana desaguaba en la bahía, provocando altos índices de contaminación.
Recuerda Alejandro Morones, en ese entonces funcionario del Banco de México: “Los problemas eran de una magnitud fuera de serie. Tan sólo meter una red de drenaje y construir plantas de tratamiento, requería más dinero que el presupuesto completo de Infratur. Era más fácil construir un nuevo Acapulco que reparar el que ya existía.”
Así que el Banco de México canceló la idea de rehabilitar el puerto y, triste es decirlo, el gobierno de México abandonó con el tiempo cualquier tentativa de rescatar Acapulco. Los detalles de esa historia se encuentran en el capítulo Crónica de un salto al vacío, del libro Fantasía de Banqueros II, que su puede solicitar sin costo al correo electrónico fantasiadebanqueros@gmail.com
Ese relato debe ser leído con atención en Cancún, mas no como una anécdota, sino como una lección. Desde hace varios años, algunas voces críticas han advertido que los problemas de Cancún se acumulan, con inquietante similitud a la zaga de Acapulco: una ciudad marginal y desordenada, una contaminación incontrolable (sobre todo del agua), una movilidad urbana colapsada, y quizás lo más grave, la falta de límites a la densidad hotelera, que ya se encuentra en nivel de saturación.
Los responsables de este último tema, Ayuntamiento y hoteleros, suelen responder a las advertencias con una frase lacónica: no pasa nada. Esa es la moraleja de Acapulco: cuando sí pasa algo, ya es demasiado tarde.
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15.- El gran salto adelante
Cancún se fundó como un proyecto turístico, pero el auge fue resultado de una estrategia financiera.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
Hay varios elementos que explican el éxito de Cancún: un proyecto de ciudad cuidado hasta el máximo detalle, un momento político muy oportuno, el apoyo decidido de los banqueros, la enjundia (casi heroica) de los colonos. La suma de esos factores, sin embargo, no es suficiente para explicar cómo fue que esa pequeña isla del Caribe se convirtió en pocos años en el primer centro turístico de América Latina.
La respuesta a esa pregunta tiene cuatro letras: swap. Se trata de un término en idioma inglés que literalmente se traduce como permuta y que, en la década de los 80s, se usó para designar la estrategia que el gobierno de México, asfixiado por los costos de la deuda externa, puso en práctica para atraer inversiones foráneas.
El panorama de la época era desolador. Frívolo e impetuoso, el presidente López Portillo se embarcó en una serie de inversiones faraónicas, deslumbrado por el espejismo del petróleo. En sus prisas, no dudo en contratar créditos al por mayor, llevando la deuda externa a un nivel de escándalo: 150 mil millones de dólares. Al final, terminó expropiando la banca privada y confiscando las cuentas en dólares, lo cual provocó un pánico justificado en los inversionistas.
En el manejo de la economía no le fue mejor a su sucesor, Miguel de la Madrid. En vez de revertir la expropiación, inventó un mecanismo para controlar la inflación, la Alianza para la Producción, que no logró controlar nada: en su sexenio, el tipo de cambio brincó de 150 a 3 mil pesos mexicanos por dólar.
De manera increíble, fue en ese clima inestable y tormentoso que Cancún dio el gran salto adelante: entre 1985 y 1990, el capacidad hotelera del destino se triplicó, pasando de 6 mil a 19 mil habitaciones.
Opina el gobernador que vio el arranque del programa, Pedro Joaquín Coldwell: “El país estaba en una situación económica muy difícil, y Quintana Roo también. Cancún se había estancado, no se estaban construyendo nuevos cuartos. Pero los swaps para el turismo fueron un enorme incentivo.”
Coincide el entonces secretario de Hacienda, Jesús Silva Herzog: “Estábamos muy atorados, sobre todo en los flujos de inversión extranjera. El riesgo de invertir en México se percibía muy alto. Así que tuvimos que proceder con cierta audacia. Visto a la larga, el swap fue una estrategia correcta.”
Pero el incremento en el número de cuartos tuvo su rebote en el equipamiento de la ciudad, pues en el mismo lapso se construyeron el Centro de Convenciones, el fraccionamiento Isla Dorada, un rosario de plazas comerciales (Caracol, Flamingos, Kukulcán), y hasta la plaza de toros. Un relato pormenorizado de ese auge, con las opiniones de los protagonistas (el español Pedro Pueyo, los mexicanos José Chapur y Abelardo Vara, y varios más), se encuentra en el capítulo El gran salto adelante, del libro Fantasía de banqueros II, que puede solicitar sin costo al correo electrónico fantasiadebanqueros@gmail.com
El balance final de los swaps: cuando se agotó el esquema, Cancún había superado en capacidad de alojamiento al puerto de Acapulco, y de golpe se había convertido en el primer destino turístico de México, de toda la cuenca del Caribe, y de América Latina en su conjunto. Esa fue la gran paradoja: mientras el país atravesaba por una de las crisis económicas más severas de su historia, Cancún registraba un auge que lo convertiría en sinónimo de éxito a nivel mundial.
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16.- El cuento de nunca acabar
Pese a la notable saturación de la zona hotelera, todo indica que prevalecerá el criterio de crecer sin límites.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
Hace exactamente una década, en el año 2009, siendo titular de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente, el político yucateco Patricio Patrón decidió que Cancún debería dejar de crecer. Haciendo eco a las voces que aseguraban que el destino estaba saturado, Patrón asumió que le correspondía a su oficina poner un límite, y mando a sus inspectores a clausurar ampliaciones y desalojar turistas.
Obviamente, todo mundo protestó. Los hoteleros, el alcalde, el gobernador, todos formaron un amplio coro que salió a litigar el asunto en los medios de comunicación. Tuvo que intervenir entonces el superior jerárquico de Patrón, Rafael Elvira, quien propuso que la mejor manera de saber si Cancún estaba saturado pasaba por saber cuántos cuartos tenía.
La tarea de contarlos fue encomendada a la Universidad del Caribe, cuyo rector, Arturo Escaip, adoptó un criterio que él llamaba científico, pero que en realidad era aritmético: una llave, un cuarto. Esa óptica no convenció ni a su propio equipo, encabezado por una académica muy competente, Marisol Vanegas, quien se inclinaba por un conteo técnico: no las llaves, sino la capacidad de cada cuarto de alojar huéspedes.
Al final se terminaron peleando, el rector sosteniendo que Cancún tenía unos 25 mil cuartos de hotel, la experta proclamando que su cuenta le daba 38 mil. Una diferencia enorme, que explicaba los arrebatos de Patrón e instaba al Ayuntamiento a tomar cartas en el asunto, pues es evidente que la zona hotelera no puede crecer ad infinitum.
Cualquiera que tenga dos dedos de frente acepta eso: la isla no puede ampliarse ni estirarse (salvo hacia arriba), pero el sentido común indica que sería sensato establecer un máximo, y para hacerlo no hay que esperar que las playas se saturen y los servicios se colapsen. A tal efecto existe un documento que se llama Plan de Desarrollo Urbano, el famoso PDU, que establece la densidad máxima de cada lote urbano, incluidos los hoteleros, fijando un tope que se supone inamovible.
El problema ha sido que el Ayuntamiento, una y otra vez, ha movido a su arbitrio el tope inamovible, la más de las veces por ignorancia, pero siempre con un tufo de corrupción. El plan original de Cancún, el llamado plan maestro, preveía la construcción de 22 mil 500 cuartos, pero esa cota máxima se rebasó hace más de 20 años. Un recuento detallado de ese manoseo continuo al PDU se encuentra en el capítulo Un destino de clase mundial, del libro Fantasía de banqueros II, que puede solicitar sin costo al correo fantasidebanqueros@gmail.com, en versión PDF.
Pero todos los problemas tratados ahí persisten: no sabemos cuántos cuartos tiene Cancún, que en los últimos diez años ha seguido creciendo, pero hacia arriba, construyendo más cuartos en los mismos lotes. Es inútil señalar culpables, pues todas las franquicias hoteleras han utilizado esa estrategia: Camino Real, Presidente, Hyatt, Oasis, los Palace, los Royal (hasta el modesto Playa Blanca de 72 cuartos, que hoy es un faraónico Temptation de 450). Lo que sí sabemos es que los servicios ya se están colapsando, empezando por el bulevar Kukulcán, que día a día registra embotellamientos kilométricos.
Hasta dónde vamos a llegar? Sólo hay dos respuestas posibles, que derivan de la experiencia de otros centros turísticos que ya vivieron esta pesadilla. La primera es parar, hacer un amplio acuerdo que acepten todos (autoridades, hoteleros, ambientalistas, sociedad civil), y ahora sí, fijar un tope inamovible, que garantice que la zona hotelera mantendrá su atractivo. La otra es seguir construyendo hasta que reviente, llenar de concreto cada hueco posible, abaratarlo al límite, sacarle hasta el último peso.
Los datos del presente, aunque sean otros, no permiten ser optimista. Desde su conferencia mañanera, López Obrador anunció hace pocos días la construcción de otras 3 mil llaves en la zona hotelera, el conjunto Grand Island (“la más grande inversión en 30 años”, presumió), que de acuerdo a la Sectur no va a saturar nada, “porque ya estaban autorizados”. Y si no lo están, tampoco habría problema: el Cabildo tiene contemplado actualizar en 2020 el PDU y revisar de nuevo el tope inamovible. No hay que ser adivino para anticipar el resultado.
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17.- La fiesta del millón de invitados
Hay que convocar a todos los cancuenenses a celebrar los 50 años de la ciudad, pero hay un problema: no sabemos cuántos somos
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
La discusión ya lleva casi veinte años. Tuvo su origen a principios del siglo XXI, cuando una alcaldesa temperamental y entrona, la lideresa de colonos Magaly Achach, descalificó públicamente los datos del XII Censo General de Población Vivienda, efectuado en el año 2000, cuyo conteo asignaba a Cancún una población de 495 mil habitantes.
Es mentira, tronó Magaly: somos un millón. Así, de manera drástica, la edil de Benito Juárez arremetió de frente contra el organismo encargado de llevar las cuentas nacionales, sosteniendo que el margen de error era monstruoso (de la mitad o del doble, dependiendo del punto de vista), pero que tenía una aviesa intención: privar al municipio de los recursos federales que por su número de habitantes le correspondían.
El arrebato de Magaly no tuvo mayor impacto en las cifras del INEGI, que nunca accedió a rectificar sus cuentas (y que Hacienda siguió dando como válidas para la asignación del presupuesto). Pero sí hizo escuela: de Magaly para acá, todos los alcaldes de Cancún, sin importar si son de color verde, o tricolor, o amarillo, o azul, han porfiado en que los pobladores de Cancún somos un millón, e incluso más de un millón, y que las razones detrás de esa aritmética fallida están vinculados al escamoteo de las partidas municipales.
Una crónica detallada de ese diferendo se encuentra en el capítulo La teoría del millón, del libro Fantasía de banqueros II, que se puede solicitar por vía electrónica al correo fantasiadebanqueros@gmail.com, sin costo. Ahí queda de manifiesto como el panista reconvertido a verde y mudado a perredista Juan Ignacio García Zalvidea, los amarillos Julián Ricalde y Greg Sánchez, y el tricolor Paul Carrillo, que nunca y en nada se pusieron de acuerdo, en esta sumatoria del millón sí coincidieron, así como en su consecuencia inmediata y lógica de exigir más recursos.
De más está decir que los quejosos jamás presentaron pruebas en contrario, como no fueran sus muy personales observaciones. Magaly decía, por ejemplo, que bastaba salir a las colonias, observar las multitudes de personas que se agolpaban en los paraderos de camiones, acechar cuántos niños iban a la escuela, y sobre todo, constatar la multitud de casas y condominios en venta, para darse cuenta de que el INEGI mentía.
No usaron mejores argumentos sus sucesores, aunque debe reconocerse que hubo un funcionario, Eduardo Galaviz, secretario del Ayuntamiento en dos ocasiones, que explicó las fallas del censo federal sosteniendo que Cancún es una sociedad muy dinámica, donde la gente nunca está en casa (los padres se van a trabajar, los niños a la escuela, y no regresan hasta la noche), donde hay muchas segundas residencias, donde hay un exceso de viviendas vacías, donde a la gente no le importa el censo y no abre la puerta, donde la gente miente a sabiendas, y desde luego, donde el INEGI no tomó en cuenta tantas variables, con lo cual, sino por el doble como en el caso de Magaly, sí hay una equivocación que debe rondar el 25 por ciento.
Ciertamente, nadie en su momento salió en defensa del INEGI (ni el propio INEGI), que tiene que cargar con un descrédito histórico: los censos siempre han tenido mala fama, porque en el pasado eran una herramienta tramposa para cobrar impuestos y para engrosar ejércitos (mediante levas forzadas). De modo que es verdad: a la gente no le gusta ser censada y las cifras no pueden ser exactas, sino tan solo aproximadas.
Pero el yerro, en caso de existir, no sólo compete a Cancún, sino que afecta a Quintana Roo en su conjunto, pues los alcaldes de todos los municipios del Estado, y en mayor medida los que son destinos turísticos y tienen alta migración (Playa del Carmen, Isla Mujeres, Cozumel, Tulum, incluso Chetumal), se quejan de lo mismo: nos cuentan a la baja. Pero nadie explica que hace el INEGI con los ciudadanos fantasma, si nada más los desaparece (alterando la cifra total de habitantes), o si los asigna a otro municipio o entidad (para favorecerlos en el presupuesto).
¿Cuántos somos en Cancún? ¿Cuántos tenemos derecho a participar en la fiesta de los 50 años? Esperemos que el INEGI, que tiene programado su siguiente Censo de Población en marzo del 2020, o sea, unas semanas antes del cumpleaños de Cancún, ahora sí, con el mismo celo que han mostrado los alcaldes postulantes de la teoría del millón, nos informe que por fin rebasamos la cifra mágica, que ya somos ciudad grandota y millonaria, que ya no somos ciudad sino metrópoli o algo así.
Cualquier cifra por debajo de eso, hay que decirlo con todas sus letras, sería un auténtico fiasco.
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18.- Reporte de un feliz aterrizaje
Protegido por los aluxes, el aeropuerto de Cancún ha crecido hasta convertirse en la segundo terminal del país… y va por más.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad.
Los ingenieros no comprendían lo que estaba sucediendo. Una serie de incidentes menores retrasaban el avance de la obra: las varillas en las columnas amanecían torcidas, el cemento se humedecía, los candados de las bodegas se trababan, las herramientas desaparecían. Ningún percance grave, pero sí una molestia constante y creciente, que ponía en riesgo concluir la obra en el plazo estipulado.
Son los aluxes, sentenció un trabajador. Están enojados, agregó otro. Las carcajadas de los ingenieros se escucharon en kilómetros a la redonda. Pero los peones de las cuadrillas, todos de origen maya, se mantuvieron en su dicho: los tropiezos eran diabluras de los duendes de la selva, tan esquivos como un fantasma, tan concretos como una superstición, sin duda molestos porque los forasteros invadían sus dominios.
No se trataba, por cierto, de una obra complicada o riesgosa: un sencillo puente de dos carriles sobre la carretera Cancún-Tulum, con cuatro retornos circulares (lo que coloquialmente se conoce como un trébol), construido en terreno plano y estable, para darle mejor conectividad al aeropuerto internacional. Pero los gnomos mayas trastornaban el avance. Hay que hacerles su casa, concluyó el maestro albañil.
Los ingenieros dejaron de reír. Acostumbrados a construir en todos los rincones del país, estaban habituados a las demandas de los peones, casi siempre de motivación religiosa: altares para la Guadalupana, arcos para la procesión, ofrendas para el santo. La casa de los aluxes se salía un tanto de la línea pero, si todo era cuestión de un poco de material y unas horas de faena, sin duda valía la pena levantar la peculiar morada. Y en unos cuantos días, bajo el claro del puente, con acabados de piedra, los aluxes encontraron el tributo de los hombres.
No es necesario decir que los percances cesaron de inmediato y el aeropuerto de Cancún pudo contar, en pocas semanas, con una adecuada vía de acceso. Y tal vez la protección de los duendes se extendió mucho más, pues en las siguientes décadas el tráfico del aeropuerto crecería exponencialmente, hasta convertirlo en la segunda terminal del país, tan solo detrás de la Ciudad de México.
Hoy en día CUN, de acuerdo al código de identificación oficial, suma al año 31 millones de pasajeros (se cuentan a la llegada, y otra vez a la salida), provenientes de más de 100 ciudades diferentes (en cantidad de vuelos directos, supera incluso a la Ciudad de México). Tiene dos pistas paralelas, una de 3 mil 200 metros de longitud, capaz de recibir las mayores aeronaves que surcan los cielos, y es el único en México donde la distancia entre las pistas permite operaciones simultáneas. Cuenta también con cuatro terminales más o menos diferenciadas, que en conjunto suman más de 200 mil metros cuadrados, y en construcción una quinta, que podría ser inaugurada este mismo año. Y puede presumir la torre de control más alta de América Latina (96 metros), desde la cual se dominan las nueve pistas de rodaje, los 39 aeropasillos telescópicos y las 64 posiciones de plataforma (para aviones comerciales, aparte de la aviación privada), todo lo cual se encuentra en ampliación, circunstancia nada extraña, porque el aeropuerto de Cancún ha estado en ampliación todos y cada uno de todos los días de los últimos 19 años.
Todo eso ha sucedido bajo la férrea conducción de un genio de las finanzas, el empresario capitalino Fernando Chico Pardo, cuya gestión se describe en el capítulo Reporte de un feliz aterrizaje, del libro Fantasía de banqueros II, que con gusto le enviaré por correo electrónico si lo solicita al correo fantasiadebanqueros@gmail.com
En medio del debate de moda, la multimillonaria construcción del Tren Maya, la historia de CUN encierra una paradoja: cuando se inició el trazo de la pista en 1973, la Secretaría de Hacienda se opuso ferozmente al gasto, argumentando que era un dispendio construir un aeropuerto en plena selva. Los siguientes 25 años les dieron la razón: el aeropuerto operó con números rojos hasta 1999, cuando el gobierno de Ernesto Zedillo decide privatizarlo, y siguió registrando pérdidas con su primer dueño, la constructora Tribasa, cuyo dueño traficó alegremente con las acciones, hasta que fue acusado por fraude y detenido en 2004.
Entonces la historia da un vuelco: adquiere el paquete Aeropuertos del Sureste, y en los siguientes 15 años el aeropuerto se convierte en el negocio más rentable de Cancún, de Quintana Roo y de todo el Sureste mexicano, con ingresos reportados por 12 mil 500 millones de pesos, y utilidades netas por 5 mil 800 millones (antes de impuestos).
¿Podría suceder lo mismo con el Tren Maya? La respuesta es evidente: no. Los ferrocarriles no son rentables en ninguna parte del mundo, pero la pregunta es otra: ¿no es un tanto miope descartar el proyecto en base a sus actuales posibilidades de tráfico y de carga? ¿No habría que evaluar este disparate en un horizonte de 50 años?
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19.- La salida (falsa) al mar
Las dos alternativas que propuso Fonatur para convertir a Cancún en un puerto turístico terminaron en sonoros fiascos.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
El ritual tenía lugar de tanto en tanto. Con la concurrencia de las fuerzas vivas y en presencia del Señor Secretario, el Señor Director, el Señor Gobernador y el Señor Presidente Municipal, Fonatur anunciaba el solemne compromiso de equis grupo empresarial, para iniciar el proyecto que le daría a Cancún una salida al mar, tal como estaba previsto en la versión original del plan maestro.
Aviones con periodistas traídos desde México, templetes y mamparas gigantescos, coloridas láminas que explicaban paso a paso el plan de desarrollo, una cauda de magnates de prosperidad indiscutible y costosas inserciones en los periódicos y la televisión, acostumbraban servir de marco al montaje, cuyo acto central solía consistir en la colocación de la primera piedra.
Ahí, entre bromas y palmoteos, se hablaba de docenas de hoteles, de centenares de embarcaciones de recreo, de miles de cuartos, y de millones de turistas y de dólares, cifras alegres que presagiaban un éxito garantizado. Pero la secuela no era tan feliz: a la primera piedra nunca seguía una segunda, ya no digamos las restantes. El desenlace siempre era agrio: los inversionistas incumplían los plazos de pago, no iniciaban la construcción, se peleaban entre sí, especulaban con la tierra, y terminaban distanciados de Fonatur, y en más de una ocasión, litigando en los tribunales.
En cuanto al proyecto, lo mismo podía tratarse de Puerto Cancún, concebido como una extensa red de canales que se ubicaba entre la ciudad y Bahía de Mujeres, o del Malecón San Buenaventura, una marina de sobradas dimensiones sobre la laguna Nichupté, cuyo objetivo principal era darle servicio a los habitantes de Cancún. Ambos proyectos permanecieron durante años en el cajón de los pendientes, ambos requerían una inversión cuantiosa (que el gobierno no quería afrontar), ambos se presentaban como salidas al mar, pero ambos se atoraban una y otra vez, yendo de tropiezo en tropiezo.
Puerto Cancún, el más vistoso, fue desde siempre objeto de atenciones especiales. Tenía una ubicación privilegiada, ocupando un predio de 325 hectáreas con vista directa sobre la vecina Isla Mujeres. En los orígenes, se barajó la posibilidad de ubicar ahí el centro de la ciudad, pero la amenaza de inundaciones obligó a buscar otro emplazamiento. Luego se pensó en un puerto de cabotaje, y más tarde en un pueblo náutico de sabor mediterráneo, en los dos casos con la idea de darle a la ciudad una salida al mar, un espacio donde la gente pudiera vivir, interactuar con los turistas y, eventualmente, tener una embarcación.
Nada de eso sucedió. Presionado por la falta de recursos, Fonatur terminó cediendo el predio a un inversionista americano, John Kelly, quien prometió un desarrollo que nada tenía que ver con los planes originales: un fraccionamiento privado. Comenta Kemil Rizk, testigo directo de ese proceso: “Eso no era lo que queríamos, no era una salida al mar. Con esa modalidad, se canceló en definitiva la idea de que la ciudad fuera puerto, de que los habitantes de Cancún tuvieran un acceso franco al agua.”
La otra decepción, el Malecón de San Buenaventura, más tarde Malecón Cancún, al final Malecón Tajamar, ha sido todavía mayor. También en este caso, que preveía la construcción de una gran marina pública, donde cualquier habitante de la ciudad podría rentar un espacio y mantener una embarcación, hubo una sucesión de inversionistas incumplidos y una retahíla de procesos judiciales. Al final, a un costo astronómico, Fonatur recuperó los predios y construyó lo que sería, en teoría, el nuevo centro de la ciudad, con Palacio Municipal incluido.
Fracaso rotundo: el Ayuntamiento remató el predio y malversó el dinero, pero el tropiezo mayor provino de una amenaza no detectada, cuando un grupo ecologista logró que un magistrado paralizara el proyecto, años después de que habían sido vendidos la totalidad de los lotes y con el increíble argumento de que la construcción del complejo había violado los derechos de algunos niños, de acuerdo a un oscuro tratado internacional.
La historia detallada de estos dos fiascos, los más chocantes en la corta historia de la ciudad, se encuentra en el capítulo La salida al mar, del libro Fantasía de banqueros II, que se puede solicitar sin costo al correo electrónico fantasiadebanqueros@gmail.com. Ahí queda en evidencia que la insidia, la avaricia, la demagogia, e incluso la tontería, cuando se conjugan pueden mucho más que la lógica y la razón.
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20.- La lenta agonía de Fonatur
Víctima de las modas políticas, el organismo responsable de la creación de Cancún pasó de protagonista central a figura decorativa.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
Desde el momento mismo de su nombramiento, el financiero Jacques Rogozinski tenía muy claro cuál sería su labor como director de Fonatur. Partidario a ultranza del neoliberalismo, Rogozinski pensaba que la principal labor del fondo, construir ciudades turísticas, estaba fuera de lugar. En su visión, la libre acción del mercado debía producir todos los aportes que generaba Fonatur: los planes maestros, las reservas territoriales, los esquemas financieros, las campañas de promoción, y desde luego, la estrategia de crecimiento. Sin razón de ser, el Fondo sólo podía encarar un destino: desaparecer del mapa.
Reputado como un financiero brillante, Rogozinski puso todas sus energías en su labor liquidadora. Su estrategia contemplaba varios pasos. Primero, vender todos los activos de Fonatur, en su mayoría lotes y reservas sin urbanizar, eliminando la exigencia de construir, para que la iniciativa privada les diera un uso discrecional. Segundo, eliminar los créditos: si los desarrolladores necesitaban fondos, bien podían acudir a la banca comercial. Tercero, cancelar las campañas de promoción: cada destino, con sus propios recursos, sería el responsable de atraer turistas. Y cuarto, cortar los fondos que Fonatur destinaba al mantenimiento de sus ciudades turísticas.
En el caso de Cancún, el compromiso de Fonatur incluía el bulevar Kukulcán, la vía de cuatro carriles que cruza la totalidad de la zona hotelera (con casi 30 kilómetros de recorrido), mediante un programa permanente de bacheo, más una repavimentación cada dos años. Ese fue el primer blanco de Rogozinski: simplemente, dejó de mantener el bulevar que, sometido a un intenso tráfico, en pocos meses se saturó de baches y de grietas.
Las protestas fueron inmediatas, pero Rogozinski resultó un hueso duro de roer. No sólo no dio marcha atrás, sino que anunció que pronto entregaría el mantenimiento de la zona hotelera al municipio, sin siquiera mencionar el traspaso de recursos. No contaba que enfrente tenía un gobernador correoso, Mario Villanueva, quien pronto desarticuló la intentona. Pero los escarceos de Rogozinski, quien sí logró vender muchos activos del Fondo, sí suspendió los créditos, sí canceló la publicidad y sí dejó que se hiciera pedazos el bulevar Kukulcán, tuvieron un efecto profundo en la vida de Fonatur, que perdió el papel protagónico que desempeñó en Cancún durante las primeras décadas.
Recuerda Ricardo Alvarado, quien participó en las áreas de planeación de Fonatur desde 1984: “Fueron años de verdadera sequía. Hacíamos planes y proyectos, pero todos se quedaban en el escritorio. Yo no tengo dudas: Rogozinski traía la consigna de cerrar Fonatur.”
Pero la consigna de desmantelar el Fondo venía del sexenio anterior, cuando el gobierno de Salinas de Gortari lo privó de recursos fiscales, y sus sucesivos directores (Pedro Joaquín Coldwell, Enrique del Val, Mario Ramón Beteta), se vieron obligados a rematar los activos de la institución para sobrevivir (en el caso de Cancún, la subasta incluyó la Casa de Visitas del gobierno de México, hoy ubicada en el parque Kabah).
La cruzada de Rogozinski sacó chispas, pero no duró mucho tiempo. En cambio, sí ha durado (y mucho) el rumbo errático de Fonatur, siempre sometido a decisiones políticas, en cuya oficina principal lo mismo han despachado los buenos que los malos, incluyendo un gestor todo-negocios como Emilio Gamboa, un prepotente iracundo como Alfredo del Mazo, un planificador eficaz como John McCarthy, un inmobiliario inepto como Miguel Gómez Mont, una funcionaria íntegra como Adriana Pérez Quesnel, un cero a la izquierda como Héctor Gómez Barraza y un ex gobernador acomodaticio como Miguel Alonso Reyes.
Esa especie de subibaja está detallado en el capítulo La debacle del coloso, del libro Fantasía de banqueros II, que se puede solicitar sin costo al correo fantasiadebaqueros@gmail.com. El texto contiene algunas claves para entender el nuevo protagonismo de Fonatur, que si bien se encuentra fatalmente disminuido en la gestión de sus ciudades turísticas (como Cancún), ahora es responsable del proyecto insignias de la 4T: el Tren Maya. La razón parece evidente: más allá del director en turno, en el ramo turístico no hay organismo en México que tenga más experiencia acumulada.
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21.- El bicho sin timón
El impacto de Gilberto, llamado el huracán del siglo, le recordó a los pioneros de Cancún cuán frágil es la naturaleza humana.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
Con vientos sostenidos de 300 kilómetros por hora, el llamado huracán del siglo, Gilberto, impactó Cancún la madrugada del 14 de septiembre de 1988, fracturando los negocios de la zona hotelera, devastando la infraestructura de la ciudad, desapareciendo las kilométricas playas de blanca arena y haciendo añicos la teoría que postulaba que Cancún estaba situado en un paraje exento de huracanes.
Esa cándida suposición tenía un origen supuestamente científico. Relataba en su momento Antonio Enríquez Savignac: “Cuando estábamos haciendo el proyecto, le pedimos al Centro Nacional de Huracanes, en Miami, un estudio sobre el Caribe mexicano. Y nos quedamos asombrados cuando vimos los resultados: en un siglo completo, ninguna trayectoria pasaba por encima de Cancún. La isla parecía inmune a los huracanes. Tan seguros estábamos que lo empezamos a pregonar, se lo decíamos a los agentes de viaje y a los periodistas.”
Ni siquiera la sabiduría de los lugareños los hizo recapacitar: “Recuerdo que un día fui a ver a Ausencio Magaña, el cacique de Isla Mujeres. Hablando del tema le digo: sabe, don Ausencio, según nuestros estudios, los huracanes no pegan en Cancún. Y le enseño gráficas, estadísticas y proyecciones. Me dejó hablar un rato, pero luego me interrumpió: mire, jovencito, esos bichos no tienen timón. Con todo respeto, yo no pensaba así.”
Tal vez compartían la misma certeza la mayoría de los habitantes del Cancún de 1988, pues los preparativos que se hicieron para enfrentar el meteoro fueron mínimos. A pesar de que la primera alerta se dio desde el 10 de septiembre, cuando Gilberto se convirtió en Categoría 1, al sur de Puerto Rico; a pesar de que mantuvo un rumbo inequívoco, sin variar apenas su trayectoria, apuntando siempre a la porción norte de la península; y a pesar de su potencia, pues las bandas exteriores se extendían cientos de kilómetros en las fotografías de satélite, la actitud general fue de despreocupación.
Contaba Gabriel Escalante, en aquel entonces presidente de los hoteleros: “Durante varios días citamos a junta en la Asociación de Hoteles para evaluar el avance del huracán, pero nadie iba. Las alarmas se dieron tardísimo, yo creo que por inexperiencia. Aunque nos iba a hacer daño, tuvimos que evacuar la zona hotelera. Yo tomé esa decisión junto con Pepe González Zapata, el presidente municipal. Pero nadie nos hacía caso, no nos creían, ni los yucatecos nos creían.”
El problema es que no existía en Cancún nada parecido a una cultura de huracanes. El último ciclón catastrófico, el Janet, había arrasado Chetumal en 1955, hacía más de tres décadas. Nadie lo recordaba y, para colmo, los nuevos pobladores de Cancún no venían de Chetumal, sino del resto de la península y del centro del país, donde la palabra ciclón sólo significaba un par de chubascos intensos.
No va a pegar, se ufanaban.
Pero sí pegó. El meteoro no cambió de rumbo y el ojo del huracán se enfiló sobre el naciente polo turístico, de modo que los vientos huracanados azotaron la ciudad en ambas direcciones. Una crónica detallada de esa emergencia inesperada se encuentra en el libro El bicho sin timón, del libro Fantasía de banqueros II, que se puede solicitar sin costo al correo electrónico fantasiadebanqueros@gmail.com.
El impacto, como ya se dijo, fue devastador. Para colmo, el gobierno federal iba de salida: faltaban dos meses y medio para que terminara la administración de Miguel de la Madrid, un presidente que se había mostrado frío y distante tras el terremoto que destruyó la Ciudad de México en 1985. Pero los astros se alinearon para rescatar Cancún: el Presidente reaccionó, el secretario Enríquez Savignac se metió al tema de tiempo completo, el gobernador Miguel Borge fijó su residencia en Cancún, los hoteleros acudieron en tropel a las juntas de la Asociación, y entre todos fijaron un plazo que parecía imposible de cumplir, esto es, lograr que Cancún estuviera listo en tres meses, antes de la temporada de invierno.
Pusieron todo su empeño y lo lograron a medias. En el plazo acordado, fueron reinstalados los servicios, reparados los hoteles y rehabilitado el aeropuerto. Incluso, se contrató el concurso de Miss Universo, para mostrarle al mundo que la isla había recuperado su lozanía. Pero nadie sospechaba que lo peor estaba por venir: derribada por el huracán, la selva tropical se transformó en leña seca y centenares de incendios forestales brotaron en todo el territorio de Quintana Roo.
Concluye el gobernador que enfrentó esta nueva calamidad, Miguel Borge: “Asociamos los huracanes con agua y viento pero, a la larga, su ingrediente más letal puede ser el fuego.”
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22.- Aprendiendo a vivir con huracanes
Tras el impacto del Gilberto, los habitantes de Cancún se volvieron expertos en el tema de los meteoros tropicales.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
Como si se hubieran soltado los demonios, el impacto de Gilberto en septiembre de 1988 no fue más que el preámbulo de unos años muy movidos para Cancún en el tema de los huracanes. De hecho, todavía en la fase de la reconstrucción, una traviesa tormenta tropical, Keith, entró de lleno a Cancún en noviembre, dejando un saldo que no deja dudas sobre la seriedad del incidente: 215 viviendas destruidas, 30 lanchas hundidas, 70 millones en pérdidas. Ese fue el aviso de lo que vendría:
- En septiembre del 95, la depresión tropical número 17 se formó en el Canal de Yucatán. En las siguientes doce horas, un auténtico diluvio dejó bajo el agua las principales avenidas de Cancún. Tras cruzar la península, provocó inundaciones masivas en Tabasco y Campeche, pero el peor efecto se sintió en El Salvador y Guatemala, donde las avalanchas de lodo cobraron numerosas vidas. Al emerger al Golfo de México, alcanzó la categoría de huracán con el nombre de Opal, pero el daño mayor ya lo había hecho.
- Dos semanas más tarde, la tormenta tropical Roxanne enfiló directo hacia Cancún. Con el recuerdo de Gilberto, la ciudad vivió una alerta muy intensa: tapiar ventanas, descolgar letreros, rescatar lanchas, comprar provisiones, en fin, todas las actividades que sugiere el manual de huracanes. Al final, viró hacia el oeste y tocó tierra en la Zona Maya, donde ocasionó daños de poca relevancia.
- En octubre del 98 el susto se llamó Mitch. Su fuerza era tan impresionante que tiró muelles en la Riviera Maya, cuando el ojo se encontraba… ¡a 800 kilómetros de distancia! Mitch penetró las costas de Honduras, provocando colosales avenidas de lodo que sepultaron poblaciones completas. La cifra oficial de muertos, más de 9 mil, sitúan a Mitch como el tercer huracán más mortífero de la historia.
- En septiembre del 2002, un huracán menor, Isidore, golpeó el extremo occidental de Cuba, y luego se dirigió a la costa de Yucatán. Era muy improbable que virara hacia el sur, pero las alarmas se prendieron en toda la ciudad. Isidore vagó por días paralelo al litoral, devastando la costa norte de la península: 50 poblaciones afectadas, más de 70 mil damnificados.
- En septiembre del 2004, una bestia pavorosa llamada Iván se enfiló directo hacia Cancún, en una trayectoria idéntica al Gilberto. El pánico, a todas luces justificado, fue mayúsculo. Por suerte, Iván torció rumbo al norte, castigando con severidad las provincias occidentales de Cuba, para luego vapulear Florida y rematar en Texas.
- En julio del 2005, la tormenta tropical Emily penetró por la Riviera Maya, entre Xcaret y Puerto Aventuras, con ráfagas de 270 kilómetros por hora. Los destrozos fueron mayúsculos. La mitad de la planta hotelera de Cozumel resultó averiada, mientras en el continente sucumbían 7 mil viviendas y 20 mil hectáreas de cultivo. El meteoro obligó a la evacuación forzosa de 30 mil turistas y el cierre de 9 mil cuartos de hotel, en aquel entonces la quinta parte del inventario estatal.
- Agosto 29, 2005: el huracán Katrina impacta la costa sur de los Estados Unidos y la marea de tormenta borra del mapa las poblaciones de Biloxi y Gulfport, en Mississippi. Los diques de Nueva Orléans no aguantan y la capital del jazz se sumerge bajo las aguas de su propio lago. Los cadáveres de personas y animales flotan en el miasma durante días, el hambre y la peste se ciernen como amenazas en el país más poderoso del mundo. Los daños materiales suman 80 mil millones de dólares, el huracán más costoso de la historia. Cancún no estuvo cerca de la trayectoria de Katrina, pero sí está cerca de Nueva Orléans, en el mismo mar, con los mismos huracanes…
- El sábado 1 de octubre amanece despejado en Cancún, pero por la tarde cae un chubasco de proporciones bíblicas. Llueve toda la noche y la ciudad despierta bajo las aguas, con inundaciones de metro y medio en algunas regiones. El culpable de tanta humedad fue una perturbación común, que se convirtió en la tormenta tropical Stan, uno de los huracanes más destructivos de la década. Muy mal le fue a Chiapas: treinta ríos se desbordaron, arrasando pueblos enteros en el área de Tapachula. Pero peor le fue a Guatemala, donde un pueblo entero, Panabaj, quedó sepultado bajo una montaña de lodo, muriendo la totalidad de sus 800 habitantes. El saldo de Stan para México fue pavoroso: cientos de muertos, 19 mil lesionados, 58 mil evacuados, 155 mil viviendas destruidas, 125 carreteras dañadas, 800 colonias inundadas. Una tragedia, pero a la vez una lección: el ojo de este modesto huracán pasó a miles de kilómetros de los lugares que vistió de luto.
Gilberto, Keith, Opal, Roxanne, Mitch, Isidore, Iván, Emily, Katrina, Stan…
Diez episodios ciclónicos en menos de dos décadas, un verdadero curso intensivo en materia de huracanes. Tanto así, que no es un disparate afirmar que la población de Cancún se ha graduado en la materia. Tal vez no sean muchos quienes entiendan las complejidades de la escala Saffir-Simpson, ni conceptos técnicos como la convección de los vientos y los matices del efecto Coriolis, pero todo mundo sabe a qué velocidad avanza el peligro y puede calcular de qué tamaño es el monstruo.
Más importante aún, todo mundo se prepara. Las ventanas se cubren con tablones o se protegen con masking tape (y muchas tienen cortinas anti-huracán), las azoteas se limpian (para evitar los proyectiles voladores), los árboles se podan (en caso de alerta de huracán, se pueden talar sin permiso), las lanchas se sacan del agua, los aparatos eléctricos se forran en plástico y la alacena se llena de provisiones: agua pura, comida en latas, pilas para el radio y las linternas, pastillas de cloro, botiquín de primeros auxilios.
Eso parece poco, pero es mucho. A la hora de la emergencia, es vital contar con que la mayoría de la población sabrá refugiarse en casas seguras, que permanecerán alejados de las ventanas, que no saldrán a curiosear durante la fase crítica, que cuidarán de los indefensos.
Un recuento detallado de esa experiencia acumulada se narra en el capítulo La cultura de huracanes, del libro Fantasía de banqueros II, que puede solicitar sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com. Después de leerlo, se entiende muy bien la sentencia que asegura que los huracanes son los impuestos que tenemos que pagar por vivir en el paraíso.
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23.- Cuatro días para ser huracán
Casi al finalizar la temporada de huracanes del 2005, el Wilma se formó frente a las costas de Jamaica, para luego azotar Cancún con violencia inusitada.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
Tras el azote de Stan, a principios de octubre, las probabilidades de que otro huracán impactara la costa de Quintana Roo en lo que restaba del año 2005 eran más bien escasas. La visita de los ciclones tropicales es inconstante: se registra cada lustro, o cada década, y a veces ni eso.
Cierto, Gilberto y Keith pegaron en 1988, pero pasaron siete años antes de los siguientes episodios, Opal y Roxanne, en el 95. Luego, otros siete años de calma, interrumpidos por Isidore en 2002. Y del calamitoso 2005 podría suponerse que ya había llenado su cuota: con Emily, en julio, y con el propio Stan, al inicio de octubre.
Pero el 14 de octubre, una zona en la cuenca del Caribe empezó a lanzar señales dignas de atención. En este punto, vale la pena seguir los comentarios cotidianos del meteorólogo Jeff Masters, fundador del sitio wunderground.com, una de las páginas del clima más populares en Internet. Masters escribió ese día: “Una amplia área de baja presión de 1,006 milibares está situada al sur de Jamaica, y es una amenaza definitiva para convertirse en una depresión tropical en los próximos días.”
El sábado, octubre 15: “La depresión tropical 24 está aquí, pero no será llamada así por mucho tiempo. Todo parece indicar que se convertirá en la tormenta tropical Wilma para el domingo, y en el huracán Wilma para el martes.”
Wilma se dio a desear en octubre 16: “La depresión tropical 24 luce poco impresionante esta noche. Las imágenes de satélite continúan mostrando un sistema amplio y poco organizado, que no es todavía una tormenta tropical. Wilma sería una amenaza, en todo caso, para Honduras.”
Con paso cansino, derivando hacia el oeste, recibió su bautizo en octubre 17: “Después de dos días de luchar como depresión, Wilma al fin tuvo un sostenido incremento en su convección, que le dio impulso para alcanzar fuerza de tormenta tropical. Ahora, la temporada del 2005 tiene la distinción de ser la más intensa de la historia, pues por primera vez se usará la letra W del alfabeto.”
Todavía no había motivo de alarma la mañana de octubre 18: “Wilma se convirtió en huracán hoy. La intensificación muestra una fase modesta, con una presión de 970 milibares. Las condiciones para su desarrollo son favorables, pero no perfectas. Parece razonable esperar que sea Categoría 3.”
La tarde del mismo martes, octubre 18: “Un avión caza huracanes reportó una presión de 954 milibares. Wilma es un sólido Categoría 2, y podría ser Categoría 3 para mañana.” Falló el cálculo. En las siguientes 12 horas, Wilma estableció otro récord, al registrar la aceleración ciclónica más violenta de la historia, alcanzando en ese lapso la Categoría 5, con vientos cercanos a 300 kilómetros por hora.
Otra vez Masters, el miércoles 19: “Nunca hubo un huracán como Wilma. Con una increíble fase de intensificación, Wilma aplastó el récord de la presión más baja en un huracán. Un caza huracanes reportó una lectura de 882 milibares hace unas horas. El ojo tiene dos millas náuticas, el menor que se ha registrado jamás. Este es un huracán compacto, muy violento. El pronóstico de los modelos de computadora lo sitúa sobre la parte occidental de Cuba. Y después de Cuba, vendrá Florida.”
Por desgracia, el pronóstico volvió a fallar: Wilma giró al noroeste, quedando en su trayectoria Cozumel, y luego, Cancún. Mas mientras Masters y sus colegas seguían especulando en Internet sobre el probable punto de impacto, situándolo incluso en Nueva Inglaterra, la cultura de huracanes ya había movilizado a toda la población de Cancún.
Esas precauciones evitaron muchas desgracias, pues Wilma no sólo azotó todos los centros turísticos del norte del Estado (Cozumel, Playa, Cancún, Isla Mujeres, e incluso Holbox), sino que tuvo la ocurrencia de frenar su marcha e incluso retroceder hacia el sur, con un mortífero e indeciso ojo estacionado exactamente sobre Cancún.
Alrededor de 60 horas duró esa calamidad. Una crónica más o menos detallada del episodio se encuentra en el capítulo La primera W de la historia, del libro Fantasía de banqueros II, que se puede solicitar sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com. Y digo más o menos porque Wilma, como crónica, es inabarcable: la vivieron cientos de miles de personas y cada una tiene su propia versión de los hechos.
Ese texto reúne algunos testimonios (de los políticos, de los rescatistas, de los turistas, de los reconstructores), y es un buen recordatorio de lo que puede volver a pasar pues, no sin cierta inquietud, hay que recordar que Wilma se formó en cuatro días y que ya pasaron catorce años desde su indeseable visita.
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24.- Breve crónica del rescate de playas
Tras el huracán Wilma, reponer la arena del litoral se convirtió en la prioridad de la industria turística.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
En el tono ejecutivo que suele utilizar en sus reuniones de consejo, las palabras del empresario Roberto Chapur se oyeron fuera de lugar. Hay que pensar en la próxima temporada, sentenció, porque esta ya se perdió. No tenemos tiempo, advirtió, hay que empezar de inmediato. Y remató: lo importante, señor presidente, son las playas.
Una semana exacta después del embate de Wilma, mientras la ciudad vivía una crisis alimentaria, mientras persistían los episodios de los saqueos y las fogatas, mientras los medios de comunicación se solazaban con la destrucción de la ciudad, Chapur pensaba a futuro y exponía una conclusión de lógica aplastante: no tenía caso atender lo demás antes que las playas, porque sin playas, Cancún no podría sobrevivir.
El destinatario de su discurso, el Presidente Fox, hizo un mohín de asentimiento, pero sin mostrar el menor entusiasmo. Junto a su esposa, la omnipresente señora Martha, el mandatario había volado a Cancún esa mañana, para escuchar las demandas de la sociedad civil. La junta, con un centenar de asistentes, tenía lugar en el único local disponible en la zona hotelera, un salón del hotel Meridien que en forma milagrosa resistió el empuje de los vientos. Ahí, sobre una tablones improvisados como sala de juntas, Fox parecía muy a gusto atendiendo las peticiones de la población: alimentos, equipos médicos, conexiones de agua y luz, operaciones de auxlio a los damnificados.
En ese escenario de emergencia, la petición de Chapur resultaba incómoda, un caso de voracidad empresarial, una propuesta interesada y hasta egoísta. Él mantiene firmes convicciones al respecto: “Teníamos que centrar la atención del gobierno en las playas, eso es de lo que vive Cancún. Ahí se genera todo el ingreso, ahí están los empleos. Con el huracán perdimos una temporada, pero sin playas íbamos a perder la siguiente, y aún peor: sin playas, el daño del huracán iba a ser permanente.”
Chapur estaba machacando sobre un tema que el gobierno de Fox había rehuido en forma sistemática a lo largo de cinco años de gobierno: la recuperación de playas. Justo es decir que la historia empezó mucho antes, cuando en septiembre de 1988 los olas montañosas del huracán Gilberto abrieron grandes huecos en la duna playera, sobre todo en la franja comprendida entre Punta Cancún (el antiguo Camino Real) y el fin de la primera etapa (el antiguo Sheraton, más o menos en el kilómetro 12 del bulevar Kukulcán), donde afloraron las rocas del fondo marino.
Cogidos por sorpresa, a escasos dos meses del fin de sexenio, De la Madrid y su gobierno ni siquiera revisaron el daño. Esa tarea le tocó a la Sectur de Carlos Hank González, que sin mucha investigación propuso una solución de compromiso: intensificar las campañas de promoción, mientras las playas se recuperaban solas. De acuerdo a esa línea de pensamiento, si la Madre Naturaleza había creado las playas, la Madre Naturaleza se encargaría de reponerlas.
Esa fue la postura oficial durante la gestión de Salinas de Gortari, y lo siguió siendo durante las administraciones de Zedillo y de Fox, donde el tema nunca figuró en la lista de prioridades (y a veces, ni siquiera en la de pendientes). Cierto, las playas ya no eran espectaculares, pero seguían siendo funcionales. El ancho de la franja de arena, que en el origen de Cancún se había estimado en 40 metros, con el huracán se había reducido a 20 en algunos tramos, a diez en otros, e incluso a cero en la zona más afectada. Pero también había segmentos que habían escapado ilesos, y la petición de emparejar el litoral, empujada por unos pocos empresarios, no tenía más respuesta que el silencio.
En ese trance hizo su aparición la Madre Naturaleza, mas no en la forma esperada, sino como el huracán más potente de la historia: Wilma. En las 60 horas que duró su tránsito por Cancún, no sólo devastó las playas, sino que convirtió toda la costa en un rosario de muros maltrechos, cimientos expuestos, albercas fracturadas y terrazas caídas. La verdad, era difícil suponer que un paraje así pudiera atraer turistas.
Inició entonces un largo periodo de estira y afloje. Por un lado, los empresarios de Cancún, liderador por el Consejo Coordinador Empresarial, insistiendo en un proyecto de recuperación de playas de 70 metros de ancho, pues calculaban que las corrientes lo reducirían en forma natural a 40. Por el otro, el gobierno federal, sosteniendo que 40 metros era más que suficiente, pero retrasando con mil excusas la entrega de los recursos. Al final, tras cuatro años de toma y daca, se logró diseñar un complicado esquema, mediante el cual el Gobierno Federal ponía una parte, el Estatal otra, y los empresarios el resto, pagando por anticipado el impuesto de zona federal, gracias a un crédito que suscribió el municipio y avaló el Estado. Un enredo financiero, complicado con un tema ambiental, cuyos detalles se encuentran en el capítulo Playas públicas, cotos privados, del libro Fantasía de banqueros II, que se puede solicitar sin costo al correro electrónico fantasíadebanqueros@gmail.com.
Gracias a ese acuerdo, Cancún volvió a tener playas, pero los políticos volvieron a hacer de las suyas: el gobierno de Félix González Canto jamás creó un organismo para darles mantenimiento, a pesar de que se comprometió públicamente a hacerlo. Las playas se han mantenido, pero no existen partidas presupuestasles para cuidarlas, ni funcionarios encargados de tal tarea. En ese contexto, solo basta esperar que la Madre Naturaleza no vuelva a hacer de las suyas.
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25.- La suerte esquiva del gemelo de Cancún
Vale la pena echar un vistazo a los otros desarrollos de Fonatur para entender que el éxito de Cancún también tuvo algo de buena fortuna.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
Aunque las comparaciones sean odiosas, a 50 años de distancia es pertinente analizar qué sucedió con el plan gemelo de Cancún, el proyecto Ixtapa-Zihuatanejo, el cual siempre estuvo lejos de lograr el auge sostenido y el crecimiento explosivo del proyecto del Caribe.
Ciertamente, se trataba de un plan más modesto, que en su mayoría de edad apenas tendría 8 mil habitaciones, pero tal cifra nunca se logró, y ese fracaso parcial de Fonatur resulta difícil de explicar, porque los autores del proyecto eran los mismos, y el cuidado que pusieron en sus proyecciones y pronósticos fue idéntico.
A diferencia de Cancún, donde había que arrancar todo desde cero, en torno a Ixtapa ya existía una infraestructura incipiente: ductos de captación de agua potable, tendido de líneas eléctricas y una modesta carretera que lo unía con el principal balneario del país, Acapulco.
Más importante aún, existía un centro de población cercano, Zihuatanejo, que no sólo podía integrarse al proyecto, sino que además tenía una innegable vocación turística. En las décadas anteriores, de manera espontánea, se había transformado en un rústico destino de playa, que sumaba 15 pequeños hoteles, una docena de casas de huéspedes y una veintena de palapas playeras que funcionaban como restaurantes. Esa minúscula oferta estaba dispersa en las playas Madera, Las Gatas y La Ropa, que a pesar de su relativo aislamiento, habían alcanzado renombre nacional y atraían un público devoto, mayormente extranjero.
Era una elección que parecía sensata porque, sin ser tan espectacular como Cancún o Acapulco, el paisaje era realmente encantador. La bahía de Zihuatanejo, al sur, íntima y protegida, lucía una playa sin interrupciones de más de dos kilómetros de largo. Al norte, la bahía La Puerta daba albergue a otra playa kilométrica, que hacía justicia a su nombre: el Palmar. Detrás se encontraban una zona de colinas que parecían perfectas para albergar un campo de golf, y la Laguna Ixtapa, adecuada para construir una marina. Y la cereza del pastel: frente a la costa estaba la Isla Ixtapa y su playa Cuachalalate, un sitio excepcional para la práctica del buceo. En total, Ixtapa sumaba seis kilómetros de playa.
El proyecto arrancó a buen ritmo. En el período 75-76 se inauguraron los primeros tres hoteles, todos de cadenas nacionales (el Aristos, el Presidente y el Viva), y al año siguiente se estrenó el campo de golf, asociado a un club de tenis. Para 1981, el número de hoteles había aumentado a ocho, que sumaban 2 mil 486 cuartos. Luego abrió su dársena la Marina Ixtapa, con 582 posiciones de atraque (operada por el Grupo Situr, desarrollador en Quintana Roo del proyecto Playacar). Hacia 1985, Ixtapa contaba con 4 mil 058 cuartos de hotel, y ocupaba el quinto lugar nacional entre los destinos de playa. Sus resultados eran más que aceptables, pues esa cifra equivalía al de la meta propuesta. El problema fue que Ixtapa se estancó.
¿Qué fue lo que pasó? A toro pasado, los expertos ofrecen varias explicaciones, todas las cuales se encuentran detalladas en el capítulo El gemelo de Cancún, del libro Fantasía de banqueros II, que se puede solicitar sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com. Entre las razones aducidas se encuentra el sismo de 1985, los cambios de rumbo y de criterio de la dirección de Fonatur, y hasta la balacera que protagonizó el Chapo Guzmán en la discoteca Christine, pero todos esos argumentos no bastan para explicar que los planes se hayan quedado a la mitad.
Pese a un detallado plan maestro, una administración modelo, un paisaje excepcional y un arranque sólido, Ixtapa terminó siendo un pendiente sin solución en la agenda turística nacional.
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26.- Otra península, la misma solución
Como en el caso de Quintana Roo, el turismo fue la herramienta que permitió que la Baja Sur se convirtiera en Estado de la República.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
A principios de la década de los 70, los niños que asistían a la escuela primaria aprendían que la República Mexicana estaba constituida por 29 Estados, dos Territorios y un Distrito Federal.
En efecto, dos regiones del país estaban tan poco pobladas y mostraban un desarrollo tan precario, que no podían alcanzar la categoría de estados soberanos: Baja California Sur, en el extremo austral de la península; y Quintana Roo, en el sureste. Por ley constitucional, eran simples territorios, que dependían en lo político y lo administrativo del Presidente de la República.
No parece casualidad que ambas entidades fueran los puntos más alejados de la capital del país (de hecho, Cancún y Cabo San Lucas están separadas por más de seis mil kilómetros de carretera, la mayor distancia que existe entre dos ciudades mexicanas). Eran las menos pobladas: Baja California Sur, penúltimo lugar, con 128 mil habitantes, y Quintana Roo al final, con 88 mil. Y se contaban entre las más pobres: menos del 25 por ciento de las viviendas tenía agua entubada, y menos del 10 por ciento tenía drenaje.
Con esos datos, tampoco fue casual que el Banco de México las eligiera para asentar sus ciudades turísticas. Años más tarde, Enríquez Savignac recordaba: “En las instancias políticas, como Gobernación y la misma Presidencia, había una sorda inquietud por la desolación de esos territorios. Se tomaban muy en serio que México hubiera perdido Belice en el siglo XIX, al tolerar las colonias inglesas. Y consideraban mal presagio que hubiera campamentos de retirados norteamericanos en la Baja. Algún peso tuvo ese nerviosismo en la decisión presidencial.”
La decisión presidencial consistió en dotar a ambas entidades con una herramienta económica que eventualmente les permitiera abandonar su letargo, y en ambos casos la opción elegida fue la construcción de ciudades turísticas. De hecho, a Baja California le fue mejor, pues Fonatur desarrolló los planes maestros para fundar no un centro integralmente planeado (CIPs), sino dos: San José del Cabo, en la punta sur de la península; y Loreto, en la parte media de un portentoso acuario marino, el Mar de Cortés.
Los proyectos se fraguaron en forma simultánea, siguiendo muy de cerca los lineamientos de Cancún. Primero que nada, la introducción de infraestructura básica, que en este caso implicaba la construcción de una carretera peninsular de mil 600 kilómetros de longitud, que uniría la porción sur con las ciudades fronterizas con los Estados Unidos, Ensenada y Tijuana. Nadie supuso que por ahí llegarían los turistas: esa cinta asfáltica era necesaria para garantizar el abasto de los nuevos destinos.
Impulsada por la urgencia presidencial, la carretera se construyó en un tiempo récord: en 1973, el propio Echeverría acudió a la apertura solemne. Eso aceleró los planes de Fonatur, que en 1975 estaba listo para detonar sus proyectos, por cierto muy distintos uno del otro. En el sur, San José del Cabo era una apuesta modesta, que consistía en fortalecer con una zona hotelera una población ya existente. Los planes no consideraban al vecino más próximo, Cabo San Lucas, que contaba con una enorme dársena a medio construir, pero en el camino se vio la conveniencia de unir ambos destinos mediante un corredor terrestre de 40 kilómetros, y aprovechar las agrestes playas que había en el camino.
Mucho más ambicioso era el otro proyecto, Loreto, que contaba con tres elementos: el propio poblado colonial, que algún día fuera capital de las Californias y que contaba con una soberbia misión colonial del siglo XVII; más al sur, la bahía de Nopoló, que albergaría una zona hotelera de dimensiones medias y un campo de golf; y a pocos kilómetros de distancia, el vaso náutico de Puerto Escondido, con capacidad para dar refugio a miles de embarcaciones de recreo.
Una crónica más o menos detallada de la suerte de ambos polos se encuentra en el capítulo La otra península, del libro Fantasía de banqueros II, que se puede solicitar sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com, texto que sin duda describe una paradoja. El destino modesto, tras un arranque lento, creció en forma explosiva en la década de los 90s, tras convertirse en el Corredor de los Cabos y alcanzar la máxima densidad hotelera de los destinos de Fonatur. Hoy opera como el centro turístico más caro y exclusivo del país, con niveles de ocupación que se equiparan al Caribe mexicano.
En cambio, Loreto fracasó. Su historia es una sucesión de planes inconclusos, inversionistas abusivos, pleitos legales, crisis inoportunas y reiteradas frustraciones, que lo mantienen desde hace 40 años en la lista de los pendientes del Gobierno federal, un largo fiasco que parece conducir a una conclusión inevitable: en la construcción de centros turísticos, la suerte también cuenta.
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27.- Todo empezó con un camino de tierra
El arranque del Proyecto Cancún fue posible porque existía una brecha de terracería; Bahías de Huatulco no tuvo esa suerte.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
Cuando se narra la historia del nacimiento de Cancún, se suelen invocar los detallados estudios que efectuó el Banco de México sobre el turismo mundial, la necesidad que tenía la economía mexicana de captar divisas, la contratación del crédito internacional que otorgó el BID, e incluso, la sorda lucha que se dio al interior del gabinete presidencial entre quienes apoyaban y quienes se oponían al proyecto.
En tales alegatos, casi nunca sale a relucir que la decisión de ubicar en Cancún el primer centro integralmente planeado tuvo como soporte un elemento muy humilde, que al final resultó determinante: la carretera de terracería que unía Valladolid con Puerto Juárez, construida por Carlos Lazo en la década de los 50s.
Esa solitaria vía, que durante casi dos décadas tuvo un tráfico fantasmal, con más carretas de mulas que camiones y automóviles, resultó decisiva a la hora de escoger cuál ciudad turística se iba a construir primero. Explorando playas, Infratur había elegido cinco sitios paradisiacos de la geografía nacional para fundas otros tantos centros turísticos, pero solo dos de ellos tenían comunicación terrestre con el resto del país: Cancún, y su gemelo, Ixtapa.
Los otros tres estaban aislados. En Baja California, donde se ubicaban Los Cabos y Loreto, aún no se concluía la carretera peninsular, necesaria para acarrear los materiales de construcción desde la frontera con Estados Unidos. Pero el panorama más sombrío lo presentaba Bahías de Huatulco, totalmente aislado en las estribaciones de la Sierra de Juárez, conectado tan solo por brechas infernales con la entidad más pobre del país, Oaxaca.
Esa situación era paradójica, porque Huatulco era el proyecto favorito de los banqueros. Y es que las bahías, la verdad sea dicha, son deslumbrantes. Diminutas, íntimas, enmarcadas por riscos, salpicadas de peñascos, son el remate escénico de la abrupta serranía, que en ese punto se precipita al mar. Suman nueve en total, que se pueden agrupar en dos zonas. Al este, en rápida sucesión, casi pegadas una a otra, están Conejos, Tangolunda, Chahué y Santa Cruz, en la parte menos agreste del paisaje. En dirección contraria, más dispersas, Órgano y Maguey (la misma para muchos), Cacaluta, Chachacual y San Agustín. En los extremos, el rosario de bahías remata en dos zonas llanas. De un lado, varios kilómetros de playas abiertas, los Bajos de Coyula. Del otro, la desembocadura del río Copalita, que antes de romper la barra forma un estero.
Esa maravilla natural tuvo que esperar más de dos sexenios para tener luz verde, pero Fonatur desbordaba optimismo al arranque del proyecto. De una memoria publicada por el fondo en 1988, se reproduce el siguiente texto: “Bahías de Huatulco es, por su potencialidad, el proyecto turístico más ambicioso emprendido por el gobierno federal. Cuando esté concluido, en la segunda década del próximo siglo, tendrá una población cercana a 600 mil habitantes, sumará más de 30 mil cuartos de hotel, captará dos millones de turistas al año y generará la cuarta parte del producto interno bruto de Oaxaca.”
Al concluir la segunda década de este siglo, es evidente que nada de eso sucedió. Pese a su seductora belleza, Bahías de Huatulco nunca despegó. Antes que competir con Cancún, como preveían los pronósticos, se quedó estancado como un destino de poca monta, que no ha podido romper el círculo vicioso del tráfico aéreo: pocos vuelos porque no hay cuartos, pocos cuartos porque no hay vuelos.
Una crónica pormenorizada de ese fracaso inesperado se encuentra en el capítulo El quinto desarrollo, del libro Fantasía de banqueros II, que se puede solicitar sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com. Las fotografías que ilustran el texto dan cuenta de la hipnótica belleza de las bahías, y también retratan las modestas dimensiones de la oferta turística que está a disposición de los visitantes.
Al término de la lectura, es inevitable preguntarse si esa parálisis es permanente, o si existe alguna posibilidad, aunque sea remota, de que Bahías de Huatulco se convierta en el motor de desarrollo que Oaxaca necesita.
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28.- A imagen y semejanza de Cancún
En menos de 25 años, la Riviera Maya superó a Cancún en capacidad hotelera, replicando el mismo modelo de crecimiento.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
A mediados de la década de los 90s se llamaba Corredor Cancún-Tulum y era un destino de playa más bien modesto. En sus 125 kilómetros de extensión, apenas operaban unas 3 mil habitaciones hoteleras, una fracción de las 20 mil que ya sumaba Cancún. Por lo general se trataba de paradores aislados, que por necesidad adoptaban el modelo de todo incluido, por su lejanía de los centros de consumo.
Pero a partir de 1997, el proceso se disparó. Testigo privilegiado de ese proceso fue el entonces secretario federal de Turismo, Óscar Espinosa Villarreal: “Por instrucciones del Presidente Zedillo, efectué una gira por España con la intención específica de atraer capitales. Fue una visita muy exitosa, encontré un enorme apetito por invertir. La magia del Caribe mexicano tenía hipnotizados a los inversionistas. En una sola reunión de trabajo, las principales cadenas hispanas se comprometieron a construir 10 mil habitaciones hoteleras en la zona.”
Una visión similar tiene quien era responsable de la promoción turística de la zona, Martín Ruiz Cuevas: “Las cadenas hoteleras españolas se dejaron venir en bloque. Estaban literalmente desesperadas por invertir, porque las cajas de ahorro se asociaban con ellos, o les daban créditos con intereses ridículos, a plazos larguísimos, de 30 años o más. Era el negocio de la vida.”
Resultado de ese frenesí pero sobre la marcha, sin plan maestro ni organismo rector, el Corredor empezó a crecer de manera explosiva y desordenada. Siguiendo el ejemplo de las inversiones pioneras, entre las que destacan el fraccionamiento Playacar, el desarrollo náutico Puerto Aventuras y el parque Xcaret, todos iniciados a fines de los 80s, desarrollos turísticos de todos colores y sabores empezaron a surgir al margen de la carretera.
Un recuento más o menos detallado de ese proceso febril se encuentra en el capítulo La fábrica de las ilusiones, del libro Fantasía de banqueros II, que se puede solicitar sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com. Una historia asombrosa, que incluye el cambio de nombre (de Corredor Cancún-Tulum a Riviera Maya), el primer plan de ordenamiento (el famoso POET), el surgimiento de dos tres nuevos municipios (Solidaridad, Tulum y Puerto Morelos), y la creación de un multi-destino que en tamaño superó con creces a Cancún.
Hoy en día, la Riviera Maya es una línea casi ininterrumpida de hoteles de 130 kilómetros de longitud, donde se apiñan más de 50 mil habitaciones (y siempre hay algunas miles más en construcción), que alojan cada año casi cinco millones de visitantes. Pata atender esa multitud, la geografía de la costa suma lossiguientes elementos:
- Los cinco hoteles más grandes del país, con una media de tres mil habitaciones…¡cada uno!
- Fábricas de comida precocida que pueden preparar 50 mil porciones diarias.
- La cadena de parques de diversiones más extensa de México (Xcaret, Xel-Há, Xplor. Xenses, Xoximilco), con cerca de dos millones de visitantes.
- La segunda zona arqueológica más visitada del país, Tulum.
- Un rosario de campos de golf, de marinas, de delfinarios, de cuevas y cenotes, de ranchos hípicos, de lienzos charros, y un catálogo de excursiones de pesca, de buceo, de acampada, de caminata, de observación de aves, de exploración de la selva, y de contacto con las comunidades.
Aunque los turistas no lo notan, todo eso funciona como una fábrica precisa, con sus cadenas de montaje, sus cuotas de producción y sus estándares de calidad, que sin duda se encuentran entre los más sofisticados del mismo. Y desde luego, funcionan en perfecta sincronía con sus vecinos, que más que competencia son complemento: Tulum, Puerto Morelos, Valladolid y Chichén Itzá (en Yucatán), Cozumel, Isla Mujeres (con todo y zona continental), y desde luego Cancún.
Ese texto compara a la Riviera Maya con una fábrica de ilusiones (también podrían ser experiencias, o sueños, o fantasías), pero la denominación se queda corta. En justicia, ese apelativo le viene bien a todo el estado de Quintana Roo.
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29.- Crónica del paraíso mutilado
El destino turístico más antiguo del Caribe mexicano, la isla de Cozumel, sobrevive en malas condiciones, dependiendo de una industria rapaz: los cruceros.
Crédito: Fernando Martí / Velio Vivas
El 28 de julio de 1993, durante la gestión del gobernador Mario Villanueva, los habitantes de Cozumel recibieron una de las noticias más tristes de su historia: la creación del municipio de Solidaridad, con base en un decreto de la Legislatura local, maniobra mediante la cual la isla perdió 4 mil 431 kilómetros cuadrados de territorio continental, que constituían el 90 por ciento de la superficie del municipio.
De esa manera Cozumel se vio privado, a la mala, de la posibilidad de convertirse en un emporio turístico de primer orden, pues la zona cercenada alberga hoy en día, apenas dos décadas después del despojo, el inventario hotelero más grande del país, superior incluso al de Cancún, mientras Cozumel, constreñida a sus 461 kilómetros cuadrados de superficie insular, enfrenta desde hace años una crisis de pronóstico reservado.
Esa realidad es doblemente afrentosa si se considera que Cozumel fue, junto a Isla Mujeres, la vanguardia turística del Caribe mexicano, y el primer sitio en Quintana Roo donde el turismo se convirtió en una actividad económica organizada.
La isla tiene una historia que parece novela. Visitada por el conquistador Juan de Grijalva en 1518, ahí se celebró la primera misa en territorio mexicano. Un año después, al arranque de su viaje de conquista, Hernán Cortés, incorporó a su expedición a Jerónimo de Aguilar, un náufrago español que, como traductor, sería un personaje clave en las gestas iniciales de la Conquista. Despoblada un par de siglos durante la Colonia, en 1847 se convirtió en refugio de 51 familias criollas provenientes de Valladolid, que huían de los horrores de la Guerra de Castas. Ese núcleo fundador, al que pronto se unirían algunos centenares de mestizos, definió el perfil que tendría Cozumel los siguientes cien años: una sociedad agrícola.
El turismo llegó en la década de los 50s. Un hotelito aquí, otro acá, la isla empezó a figurar en los mapas turísticos del Caribe. A fines de la siguiente década, el aeropuerto recibía vuelos regulares de Mérida y Miami, y el crucero Ariadne empezó a fondear frente al puerto. A la vez, Cozumel adquirió en pocos años renombre como meca mundial del buceo, dada la calidad y belleza de sus múltiples arrecifes.
Descubierta su nueva vocación, las inversiones empezaron a fluir. En la década de los 70, el numero de cuartos se incrementó a mil 668 (no muy a la zaga de la oferta de Cancún), con dos zonas hoteleras bien definidas. Los números siguieron a la alza en los años siguientes, cuando las cadenas hoteleras llegaron a ocupar su lugar en el paisaje. Es difícil precisar cuando se detuvo ese impulso, tal vez resultado de múltiples factores.
El cronista de Cozumel, Velio Vivas, aporta su versión de los hechos: “A partir del éxito de Cancún, se dejan de construir hoteles en Cozumel, en buena medida porque los terrenos costeros son propiedad de locales, muy reacios a soltarlos. Luego se empiezan a cancelar los vuelos, tanto del centro del país como de la Unión Americana. Pero la culpa no es de Cancún, sino del gobierno federal. Simplemente, se les olvidó que Cozumel existía.”
A quien no se le olvidó fue al gobernador Mario Villanueva, quien ordenó al Congreso local erigir el octavo municipio del Estado en homenaje a su mentor, el presidente Carlos Salinas de Gortari, dándole el espantoso nombre de un programa de gobierno: Solidaridad. Una crónica detallada de ese despropósito se encuentra en el capítulo El paraíso mutilado, del libro Fantasía de banqueros II, que se puede solicitar sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com.
Limitada su oferta al sol y la playa, sin ventajas competitivas, el turismo en Cozumel se ha venido apagando gradualmente y, peor aún, se volvió un modelo dependiente de una sola actividad: los cruceros. Pero la industria náutica ha crecido en base a un modelo excluyente, monopolista, que beneficia muy poco a la población local e impide otras opciones de crecimiento.
Concluye Velio Vivas: “Aquí no hay resentimientos contra nadie, al menos yo no los he palpado. Entendemos el nacimiento de Cancún, nos entusiasma el éxito de la Riviera Maya. Pero nuestra situación nos causa frustración. Yo preguntaría, ¿éste es el destino que merece Cozumel?”
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30.- Crónica del vecino incómodo
Cancún y su modelo turístico han sido el eje económico del norte de Quintana Roo, pero algunos tienen buenas razones para criticar ese esquema.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de Cancún
Nativo de Piedras Negras, situado en el borde fronterizo del desierto que llamamos Coahuila, el fotógrafo submarino Ramón Bravo eligió para vivir un paraje cien por ciento tropical: Isla Mujeres. Ahí, sobre la playa, construyó su residencia, Villa Sirenia, un conjunto de cabañas de madera tallada con motivos marinos, donde guardaba su mayor tesoro: miles y miles de rollos de película, con imágenes de las profundidades de los siete mares. Y ahí, viendo hacia el poniente, le gustaba observar el atardecer, donde se iba perfilando el rosario de luces de un vecino incómodo: Cancún.
“Desde aquí se ve bonito el monstruo”, decía. “Pero de cerca, te das cuenta que Cancún es una aberración, algo que nunca debió suceder.”
Bravo, quien filmó muy bien una docena de películas, escribió muy mal media docena de libros, y se hizo mundialmente célebre por sus buceos temerarios (con una orca en libertad en el Mar de Cortés, en la cueva de los tiburones dormidos en Isla Mujeres, en nado libre con las temibles tintoreras), resentía lo que Cancún aportaba al fondo del mar: miles y miles de turistas que, en calidad de buzos aprendices, tocaban con las manos, pateaban con las aletas, contaminaban con bronceadores, y terminaban devastando secciones enteras de una maravilla natural: el arrecife.
Los corales crecen un centímetro, máximo dos centímetros por año, alegaba Bravo. Y explicaba: “Los bloqueadores los queman, y lo peor, los turistas los quiebran para llevarse un recuerdo. Luego, en la superficie, sienten un olor fuerte, a yodo, así que los terminan echando a la basura. ¡Tenemos que parar esa masacre!”
Bravo, quien falleció en un accidente doméstico en 1988, no era el único isleño que percibía a Cancún como un intruso, e incluso, como un enemigo. Entre los nativos (que ahora son minoría, pero que constituyen el grupo dirigente), las expresiones de desencanto son habituales, acicateadas por el hecho de que Cancún se asienta en terrenos que históricamente les pertenecieron. Una parte del malestar proviene de una percepción de despojo, pues Isla Mujeres fue el auténtico pionero en cuestiones de turismo, y hoy en día, los principales negocios turísticos están en manos de fuereños.
Juan Carrillo, un isleño que emigró a Cancún en 1973 (abuelo del actual presidente municipal), aporta su visión de los hechos: “Creo que en Isla no entendieron bien qué estaba pasando. No vieron la oportunidad que se presentaba.”
Y agrega: “Se referían a Cancún en tono peyorativo, tenían la mente cerrada.”
Entre molestia e incredulidad, la cosa fue que los isleños no sólo menospreciaron a Cancún, sino que descuidaron los negocios en su propia casa. En la siguiente década, Isla Mujeres se llenó de giros turísticos, pero mientras los pequeños quedaban en manos locales (artesanías, abarrotes, fondas, renta de motos, renta de carritos de golf), los medianos y grandes fueron inversiones que vinieron de fuera (hoteles, marinas, nado con delfines, clubes de playa, condominios).
Esa suerte de invasión silenciosa está documentada en el capítulo El vecino incómodo, del libro Fantasía de banqueros II, que se puede solicitar sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com. El texto contiene los testimonios de varios empresarios que, a base de ingenio y determinación, terminaron siendo figuras dominantes en negocios que antes eran cien por ciento isleños, como la hotelería (con Villa Rolandi de Sandro Müller), los parques acuáticos (con Aquatours de Eduardo Albor), y el transporte marítimo (con Ultramar, de Germán Orozco).
Por si lo anterior fuera poco, hoy se cierne sobre la isla un desafío aún mayor, una amenaza que proviene de sus propias entrañas: la zona continental de la isla, conocida como Playa Mujeres (o Ciudad Mujeres, o Isla Blanca), ha crecido de manera exponencial y hoy representa la mayor fuente de ingresos del municipio. Esa noticia, que parece buena, a la larga podría ser letal, dado el antecedente que se registró en Cozumel en la década de los 80s: cuando la zona continental creció lo suficiente (Playa del Carmen y anexas), se convirtió en municipio independiente (Solidaridad), privando a la isla de su principal fuente de recursos.
Con ese dilema en puerta, Isla Mujeres enfrenta un futuro inquietante. Por una parte, el negocio turístico crece, y es una garantía de que habrá empleo y prosperidad en los años por venir. Pero los problemas se han multiplicado, y pasan factura de las peores formas posibles: zonas precaristas, deterioro ambiental, y de manera ominosa, el riesgo político de la desintegración territorial. La vida sencilla de los pescadores ya no es más que un recuerdo nebuloso. Desde esa óptica, Ramón Bravo tenía razón: Cancún ha sido un vecino incómodo.
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31.- Una mirada al Cancún de los 80 (años)
¿Cómo será Cancún en el 2050? ¿Una ciudad futurista y próspera? ¿O una metrópolis abigarrada, atropellada por su propio éxito?
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
En los peores días de su historia, con miles de habitaciones de hotel clausuradas, el aeropuerto operando a su mínima capacidad y la casi totalidad de la fuerza laboral refugiada en sus casas, no es difícil predecir que la celebración oficial por el 50 Aniversario de Cancún será una fiesta más bien inexistente, sin convocatoria posible.
Exactamente cuando falta una semana para el 20 de abril, la fecha oficial de cumpleaños, la escalada en la epidemia del coronavirus impedirá todas las actividades programadas por el Ayuntamiento (en esencia, un concierto magno y la sesión solemne de Cabildo que prevé la ley), y las aún más numerosas organizadas por la sociedad civil: ciclos de conferencias, coloquios universitarios, presentaciones de libros, las clásicas mañanitas y un largo etcétera.
No parece que haya condiciones, por ejemplo, para entregar la Medalla al Mérito Turístico Sigfrido Paz Paredes, aunque el Comité de Adjudicación se reunió en su oportunidad y determinó por unanimidad a los ganadores (unos días antes de que se nos echara encima la pandemia, impidiendo el anuncio formal). La ceremonia tendrá que quedar para más adelante.
Es el mismo caso del ciclo de conferencias Cancún 50 Años, organizado por la Sociedad Andrés Quintana Roo. Iniciado el 14 de enero, ese ejercicio de historia viva tuvo una notable asistencia de público durante nueve martes consecutivos, pero las medidas de distanciamiento social obligaron a postergarlo en la décima sesión, programada para el 17 de marzo. Seis pláticas quedan pendientes (en tres veladas), que tendrán lugar apenas decline la epidemia.
La última de ellas, por cierto, tendrá como tema El futuro de Cancún y como expositor al Gobernador del Estado, Carlos Joaquín González. El ciclo estuvo dedicado a revisar el pasado de la ciudad, desde sus mismos orígenes como aldea de pescadores hasta su actual condición de zona metropolitana, pero nos pareció pertinente rematar con una elucubración informada de lo que puede suceder en las próximas décadas.
Ese fue el tema, también, del último capítulo del libro Fantasía de banqueros II, que este diario reprodujo en 31 semanas consecutivas, para que los espíritus curiosos puedan asomarse a la historia de la ciudad, pues por desgracia la edición se encuentra casi agotada (solo quedan unos pocos ejemplares, propiedad de una librería de la Ciudad de México, que los entrega a domicilio a cambio de 475 pesos; son casi 500 páginas repletas de información, de modo que si alguien tiene interés de combatir con esa crónica el encierro forzoso, puede llamar al teléfono 998-884-2760 o enviar un correo a fantasiadebanqueros@gmail.com).
Cancún, año 2050 se intitula el capítulo final, que fue un pretexto para revisar los pendientes que llevan décadas en el cajón de los olvidos (los puentes sobre la laguna, el monorriel en la zona hotelera), otros de factura más reciente (el tren peninsular de Peña Nieto, ahora resucitado como Tren Maya), y el papel de un gobierno que siempre parece ir atrás de la evolución de la ciudad.
El texto también incluye la opinión de varios expertos nacionales (Alejandro Morones, Silvia Hernández, Kemil Rizk, John McCarthy), y un par de internacionales (Adolfo Favieres, Iñaki Garmendia), que especulan con bases sólidas sobre el futuro de una ciudad que se ha convertido en el principal eje económico de toda la península de Yucatán y en el motor principal de la actividad turística en México.
Desde luego, como son pronósticos, siempre habrá un margen de error. No está de más recordar que Fonatur falló al calcular el tamaño de la ciudad, y que todas las instancias, incluso las más optimistas, tampoco atinaron al estimar el éxito del proyecto, que al final se hizo extensivo a todo el norte de Quintana Roo, pues Cancún es el factor que determinó el desarrollo turístico de la Riviera Maya, de Tulum, de Playa Mujeres y de Puerto Morelos.
En estas cinco décadas, Cancún ha mostrado una vitalidad extraordinaria, a pesar de todos los augurios que preveían su decadencia, y hoy que estamos ante el desafío más severo de nuestra historia, con una crisis de pronóstico reservado, podemos tener la certeza de que si hay un destino turístico preparado para vencer la adversidad y encarar el futuro, ese destino se llama Cancún.