En espera de mejores tiempos, en un rincón del Parque Kabah se encuentra un monumento excepcional: la primera casa que se construyó en Cancún
Crédito Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
¿Cuántas comunidades en el mundo pueden presumir que tienen, entre sus edificios históricos, la primera casa que se construyó en la ciudad?
Ciertamente muy pocas, porque no estamos hablando de una réplica de la primera casa (tal vez hecha con los mismos materiales, pero una copia al fin y al cabo), ni estamos hablando de las ruinas de la primera casa (como los vestigios que se ubican en muchas zonas arqueológicas), sino de la auténtica primera casa, la mismita que se construyó antes de que hubiera cualquier otra cosa.
Ese es el afortunado caso de Cancún. En una parcela del parque Kabah, un poco escondida por la exuberante vegetación, fue construida bloque por bloque, viga por viga, con notable esmero y dedicación, una discreta casa de descanso que estuvo en pie y en funciones cuando la ciudad de Cancún no era más que un proyecto en las mesas de trabajo de sus creadores.
La única diferencia es la ubicación: esta casa estaba en la playa virgen de Cancún, y ahora se encuentra en un parque, en medio de la caótica mancha urbana, y dejó de ser casa de descanso para convertirse en un recinto de usos múltiples, pues lo mismo funciona como aula para cursos de manualidades, como salón de sesiones para grupos ciudadanos, e incluso como un improvisado Museo de la Ciudad.
La razón de esa metamorfosis se explica en el siguiente recuento.
Uno: en 1968, un político retirado que vive en Isla Mujeres, José de Jesús Lima, decide construir la casa en la solitaria playa de Cancún. Todos los materiales (vigas de zapote, blocs y losetas, marcos de ventana, puertas de madera, muebles de baño), son acarreados desde la isla por lancha.
Dos: Cuando arranca el proyecto Cancún, el gobierno de México adquiere el inmueble, que a poco se convierte en la Casa de Visitantes Distinguidos de Fonatur. Por ahí pasan presidentes, primeros ministros, premios Nobel y toda clase de luminarias, incluidos ídolos deportivos y estrellas del rock. Durante dos décadas, el paradisíaco enclave es utilizado, con eficacia extrema, para presumirle Cancún a los ricos y poderosos.
Tres: en la década de los 90’s, la adopción del neoliberalismo como doctrina oficial obliga a Fonatur a vender sus activos. La Casa de Visitas no se salva: con todo y sus jardines, se subasta para construir un hotel. Gana la puja la empresa Royal Resorts, una exitosa operadora de tiempos compartidos, que alista la picota para demoler la rústica mansión. Sus días están contados…
Cuatro y último: una llamada telefónica providencial cancela la sentencia. Con mucho tino, el alcalde Rafael Lara llama al nuevo dueño de la propiedad, el empresario yucateco Armando Millet, para pedirle que done la casa al Ayuntamiento. Millet hace mucho más: en vez de meterle marro, desmonta la mansión pieza por pieza, las clasifica, las numera, y las vuelva a armar en el predio que le indican, que no es otro que el parque Kabah.
Todo eso sucede porque Lara tenía planes muy ambiciosos para el parque, al que trata de convertir en el Chapultepec de Cancún. El plan no es nada malo, pero le pasa lo que a tantos planes buenos: llega el siguiente alcalde y lo cancela, dejando el proyecto a medias. Así está el parque desde hace 20 años, descuidado, sin servicios, un poco ruinoso, y así está también la Casa Maya, oculta de las miradas, relegada al olvido por una ciudad joven y distraída.
Desde luego, parece un final poco glorioso para un monumento que es único, y que tiene pocos paralelos a nivel mundial. Como comunidad, estamos reprobados en civismo: tal vez Cancún no tenga mucha historia, pero es imperdonable que la joya de la corona, la primera casa de la ciudad, se encuentra arrumbada en el patio de atrás.
La crónica de las dos construcciones de la Casa Maya se encuentra en el capítulo Crónica de un rescate frustrado, del libro Fantasía de Banqueros II, que puede solicitar en versión electrónica al correo fantasiadebanqueros@gmail.com