Cancún y su modelo turístico han sido el eje económico del norte de Quintana Roo, pero algunos tienen buenas razones para criticar ese esquema.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de Cancún
Nativo de Piedras Negras, situado en el borde fronterizo del desierto que llamamos Coahuila, el fotógrafo submarino Ramón Bravo eligió para vivir un paraje cien por ciento tropical: Isla Mujeres. Ahí, sobre la playa, construyó su residencia, Villa Sirenia, un conjunto de cabañas de madera tallada con motivos marinos, donde guardaba su mayor tesoro: miles y miles de rollos de película, con imágenes de las profundidades de los siete mares. Y ahí, viendo hacia el poniente, le gustaba observar el atardecer, donde se iba perfilando el rosario de luces de un vecino incómodo: Cancún.
“Desde aquí se ve bonito el monstruo”, decía. “Pero de cerca, te das cuenta que Cancún es una aberración, algo que nunca debió suceder.”
Bravo, quien filmó muy bien una docena de películas, escribió muy mal media docena de libros, y se hizo mundialmente célebre por sus buceos temerarios (con una orca en libertad en el Mar de Cortés, en la cueva de los tiburones dormidos en Isla Mujeres, en nado libre con las temibles tintoreras), resentía lo que Cancún aportaba al fondo del mar: miles y miles de turistas que, en calidad de buzos aprendices, tocaban con las manos, pateaban con las aletas, contaminaban con bronceadores, y terminaban devastando secciones enteras de una maravilla natural: el arrecife.
Los corales crecen un centímetro, máximo dos centímetros por año, alegaba Bravo. Y explicaba: “Los bloqueadores los queman, y lo peor, los turistas los quiebran para llevarse un recuerdo. Luego, en la superficie, sienten un olor fuerte, a yodo, así que los terminan echando a la basura. ¡Tenemos que parar esa masacre!”
Bravo, quien falleció en un accidente doméstico en 1988, no era el único isleño que percibía a Cancún como un intruso, e incluso, como un enemigo. Entre los nativos (que ahora son minoría, pero que constituyen el grupo dirigente), las expresiones de desencanto son habituales, acicateadas por el hecho de que Cancún se asienta en terrenos que históricamente les pertenecieron. Una parte del malestar proviene de una percepción de despojo, pues Isla Mujeres fue el auténtico pionero en cuestiones de turismo, y hoy en día, los principales negocios turísticos están en manos de fuereños.
Juan Carrillo, un isleño que emigró a Cancún en 1973 (abuelo del actual presidente municipal), aporta su visión de los hechos: “Creo que en Isla no entendieron bien qué estaba pasando. No vieron la oportunidad que se presentaba.”
Y agrega: “Se referían a Cancún en tono peyorativo, tenían la mente cerrada.”
Entre molestia e incredulidad, la cosa fue que los isleños no sólo menospreciaron a Cancún, sino que descuidaron los negocios en su propia casa. En la siguiente década, Isla Mujeres se llenó de giros turísticos, pero mientras los pequeños quedaban en manos locales (artesanías, abarrotes, fondas, renta de motos, renta de carritos de golf), los medianos y grandes fueron inversiones que vinieron de fuera (hoteles, marinas, nado con delfines, clubes de playa, condominios).
Esa suerte de invasión silenciosa está documentada en el capítulo El vecino incómodo, del libro Fantasía de banqueros II, que se puede solicitar sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com. El texto contiene los testimonios de varios empresarios que, a base de ingenio y determinación, terminaron siendo figuras dominantes en negocios que antes eran cien por ciento isleños, como la hotelería (con Villa Rolandi de Sandro Müller), los parques acuáticos (con Aquatours de Eduardo Albor), y el transporte marítimo (con Ultramar, de Germán Orozco).
Por si lo anterior fuera poco, hoy se cierne sobre la isla un desafío aún mayor, una amenaza que proviene de sus propias entrañas: la zona continental de la isla, conocida como Playa Mujeres (o Ciudad Mujeres, o Isla Blanca), ha crecido de manera exponencial y hoy representa la mayor fuente de ingresos del municipio. Esa noticia, que parece buena, a la larga podría ser letal, dado el antecedente que se registró en Cozumel en la década de los 80s: cuando la zona continental creció lo suficiente (Playa del Carmen y anexas), se convirtió en municipio independiente (Solidaridad), privando a la isla de su principal fuente de recursos.
Con ese dilema en puerta, Isla Mujeres enfrenta un futuro inquietante. Por una parte, el negocio turístico crece, y es una garantía de que habrá empleo y prosperidad en los años por venir. Pero los problemas se han multiplicado, y pasan factura de las peores formas posibles: zonas precaristas, deterioro ambiental, y de manera ominosa, el riesgo político de la desintegración territorial. La vida sencilla de los pescadores ya no es más que un recuerdo nebuloso. Desde esa óptica, Ramón Bravo tenía razón: Cancún ha sido un vecino incómodo.