El arranque del Proyecto Cancún fue posible porque existía una brecha de terracería; Bahías de Huatulco no tuvo esa suerte.
Crédito: Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
Cuando se narra la historia del nacimiento de Cancún, se suelen invocar los detallados estudios que efectuó el Banco de México sobre el turismo mundial, la necesidad que tenía la economía mexicana de captar divisas, la contratación del crédito internacional que otorgó el BID, e incluso, la sorda lucha que se dio al interior del gabinete presidencial entre quienes apoyaban y quienes se oponían al proyecto.
En tales alegatos, casi nunca sale a relucir que la decisión de ubicar en Cancún el primer centro integralmente planeado tuvo como soporte un elemento muy humilde, que al final resultó determinante: la carretera de terracería que unía Valladolid con Puerto Juárez, construida por Carlos Lazo en la década de los 50s.
Esa solitaria vía, que durante casi dos décadas tuvo un tráfico fantasmal, con más carretas de mulas que camiones y automóviles, resultó decisiva a la hora de escoger cuál ciudad turística se iba a construir primero. Explorando playas, Infratur había elegido cinco sitios paradisiacos de la geografía nacional para fundas otros tantos centros turísticos, pero solo dos de ellos tenían comunicación terrestre con el resto del país: Cancún, y su gemelo, Ixtapa.
Los otros tres estaban aislados. En Baja California, donde se ubicaban Los Cabos y Loreto, aún no se concluía la carretera peninsular, necesaria para acarrear los materiales de construcción desde la frontera con Estados Unidos. Pero el panorama más sombrío lo presentaba Bahías de Huatulco, totalmente aislado en las estribaciones de la Sierra de Juárez, conectado tan solo por brechas infernales con la entidad más pobre del país, Oaxaca.
Esa situación era paradójica, porque Huatulco era el proyecto favorito de los banqueros. Y es que las bahías, la verdad sea dicha, son deslumbrantes. Diminutas, íntimas, enmarcadas por riscos, salpicadas de peñascos, son el remate escénico de la abrupta serranía, que en ese punto se precipita al mar. Suman nueve en total, que se pueden agrupar en dos zonas. Al este, en rápida sucesión, casi pegadas una a otra, están Conejos, Tangolunda, Chahué y Santa Cruz, en la parte menos agreste del paisaje. En dirección contraria, más dispersas, Órgano y Maguey (la misma para muchos), Cacaluta, Chachacual y San Agustín. En los extremos, el rosario de bahías remata en dos zonas llanas. De un lado, varios kilómetros de playas abiertas, los Bajos de Coyula. Del otro, la desembocadura del río Copalita, que antes de romper la barra forma un estero.
Esa maravilla natural tuvo que esperar más de dos sexenios para tener luz verde, pero Fonatur desbordaba optimismo al arranque del proyecto. De una memoria publicada por el fondo en 1988, se reproduce el siguiente texto: “Bahías de Huatulco es, por su potencialidad, el proyecto turístico más ambicioso emprendido por el gobierno federal. Cuando esté concluido, en la segunda década del próximo siglo, tendrá una población cercana a 600 mil habitantes, sumará más de 30 mil cuartos de hotel, captará dos millones de turistas al año y generará la cuarta parte del producto interno bruto de Oaxaca.”
Al concluir la segunda década de este siglo, es evidente que nada de eso sucedió. Pese a su seductora belleza, Bahías de Huatulco nunca despegó. Antes que competir con Cancún, como preveían los pronósticos, se quedó estancado como un destino de poca monta, que no ha podido romper el círculo vicioso del tráfico aéreo: pocos vuelos porque no hay cuartos, pocos cuartos porque no hay vuelos.
Una crónica pormenorizada de ese fracaso inesperado se encuentra en el capítulo El quinto desarrollo, del libro Fantasía de banqueros II, que se puede solicitar sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com. Las fotografías que ilustran el texto dan cuenta de la hipnótica belleza de las bahías, y también retratan las modestas dimensiones de la oferta turística que está a disposición de los visitantes.
Al término de la lectura, es inevitable preguntarse si esa parálisis es permanente, o si existe alguna posibilidad, aunque sea remota, de que Bahías de Huatulco se convierta en el motor de desarrollo que Oaxaca necesita.