Vale la pena echar un vistazo a los otros desarrollos de Fonatur para entender que el éxito de Cancún también tuvo algo de buena fortuna.
Crédito Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
Aunque las comparaciones sean odiosas, a 50 años de distancia es pertinente analizar qué sucedió con el plan gemelo de Cancún, el proyecto Ixtapa-Zihuatanejo, el cual siempre estuvo lejos de lograr el auge sostenido y el crecimiento explosivo del proyecto del Caribe.
Ciertamente, se trataba de un plan más modesto, que en su mayoría de edad apenas tendría 8 mil habitaciones, pero tal cifra nunca se logró, y ese fracaso parcial de Fonatur resulta difícil de explicar, porque los autores del proyecto eran los mismos, y el cuidado que pusieron en sus proyecciones y pronósticos fue idéntico.
A diferencia de Cancún, donde había que arrancar todo desde cero, en torno a Ixtapa ya existía una infraestructura incipiente: ductos de captación de agua potable, tendido de líneas eléctricas y una modesta carretera que lo unía con el principal balneario del país, Acapulco.
Más importante aún, existía un centro de población cercano, Zihuatanejo, que no sólo podía integrarse al proyecto, sino que además tenía una innegable vocación turística. En las décadas anteriores, de manera espontánea, se había transformado en un rústico destino de playa, que sumaba 15 pequeños hoteles, una docena de casas de huéspedes y una veintena de palapas playeras que funcionaban como restaurantes. Esa minúscula oferta estaba dispersa en las playas Madera, Las Gatas y La Ropa, que a pesar de su relativo aislamiento, habían alcanzado renombre nacional y atraían un público devoto, mayormente extranjero.
Era una elección que parecía sensata porque, sin ser tan espectacular como Cancún o Acapulco, el paisaje era realmente encantador. La bahía de Zihuatanejo, al sur, íntima y protegida, lucía una playa sin interrupciones de más de dos kilómetros de largo. Al norte, la bahía La Puerta daba albergue a otra playa kilométrica, que hacía justicia a su nombre: el Palmar. Detrás se encontraban una zona de colinas que parecían perfectas para albergar un campo de golf, y la Laguna Ixtapa, adecuada para construir una marina. Y la cereza del pastel: frente a la costa estaba la Isla Ixtapa y su playa Cuachalalate, un sitio excepcional para la práctica del buceo. En total, Ixtapa sumaba seis kilómetros de playa.
El proyecto arrancó a buen ritmo. En el período 75-76 se inauguraron los primeros tres hoteles, todos de cadenas nacionales (el Aristos, el Presidente y el Viva), y al año siguiente se estrenó el campo de golf, asociado a un club de tenis. Para 1981, el número de hoteles había aumentado a ocho, que sumaban 2 mil 486 cuartos. Luego abrió su dársena la Marina Ixtapa, con 582 posiciones de atraque (operada por el Grupo Situr, desarrollador en Quintana Roo del proyecto Playacar). Hacia 1985, Ixtapa contaba con 4 mil 058 cuartos de hotel, y ocupaba el quinto lugar nacional entre los destinos de playa. Sus resultados eran más que aceptables, pues esa cifra equivalía al de la meta propuesta. El problema fue que Ixtapa se estancó.
¿Qué fue lo que pasó? A toro pasado, los expertos ofrecen varias explicaciones, todas las cuales se encuentran detalladas en el capítulo El gemelo de Cancún, del libro Fantasía de banqueros II, que se puede solicitar sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com. Entre las razones aducidas se encuentra el sismo de 1985, los cambios de rumbo y de criterio de la dirección de Fonatur, y hasta la balacera que protagonizó el Chapo Guzmán en la discoteca Christine, pero todos esos argumentos no bastan para explicar que los planes se hayan quedado a la mitad.
Pese a un detallado plan maestro, una administración modelo, un paisaje excepcional y un arranque sólido, Ixtapa terminó siendo un pendiente sin solución en la agenda turística nacional.