Tras el impacto del Gilberto, los habitantes de Cancún se volvieron expertos en el tema de los meteoros tropicales.
Crédito Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
Como si se hubieran soltado los demonios, el impacto de Gilberto en septiembre de 1988 no fue más que el preámbulo de unos años muy movidos para Cancún en el tema de los huracanes. De hecho, todavía en la fase de la reconstrucción, una traviesa tormenta tropical, Keith, entró de lleno a Cancún en noviembre, dejando un saldo que no deja dudas sobre la seriedad del incidente: 215 viviendas destruidas, 30 lanchas hundidas, 70 millones en pérdidas. Ese fue el aviso de lo que vendría:
- En septiembre del 95, la depresión tropical número 17 se formó en el Canal de Yucatán. En las siguientes doce horas, un auténtico diluvio dejó bajo el agua las principales avenidas de Cancún. Tras cruzar la península, provocó inundaciones masivas en Tabasco y Campeche, pero el peor efecto se sintió en El Salvador y Guatemala, donde las avalanchas de lodo cobraron numerosas vidas. Al emerger al Golfo de México, alcanzó la categoría de huracán con el nombre de Opal, pero el daño mayor ya lo había hecho.
- Dos semanas más tarde, la tormenta tropical Roxanne enfiló directo hacia Cancún. Con el recuerdo de Gilberto, la ciudad vivió una alerta muy intensa: tapiar ventanas, descolgar letreros, rescatar lanchas, comprar provisiones, en fin, todas las actividades que sugiere el manual de huracanes. Al final, viró hacia el oeste y tocó tierra en la Zona Maya, donde ocasionó daños de poca relevancia.
- En octubre del 98 el susto se llamó Mitch. Su fuerza era tan impresionante que tiró muelles en la Riviera Maya, cuando el ojo se encontraba… ¡a 800 kilómetros de distancia! Mitch penetró las costas de Honduras, provocando colosales avenidas de lodo que sepultaron poblaciones completas. La cifra oficial de muertos, más de 9 mil, sitúan a Mitch como el tercer huracán más mortífero de la historia.
- En septiembre del 2002, un huracán menor, Isidore, golpeó el extremo occidental de Cuba, y luego se dirigió a la costa de Yucatán. Era muy improbable que virara hacia el sur, pero las alarmas se prendieron en toda la ciudad. Isidore vagó por días paralelo al litoral, devastando la costa norte de la península: 50 poblaciones afectadas, más de 70 mil damnificados.
- En septiembre del 2004, una bestia pavorosa llamada Iván se enfiló directo hacia Cancún, en una trayectoria idéntica al Gilberto. El pánico, a todas luces justificado, fue mayúsculo. Por suerte, Iván torció rumbo al norte, castigando con severidad las provincias occidentales de Cuba, para luego vapulear Florida y rematar en Texas.
- En julio del 2005, la tormenta tropical Emily penetró por la Riviera Maya, entre Xcaret y Puerto Aventuras, con ráfagas de 270 kilómetros por hora. Los destrozos fueron mayúsculos. La mitad de la planta hotelera de Cozumel resultó averiada, mientras en el continente sucumbían 7 mil viviendas y 20 mil hectáreas de cultivo. El meteoro obligó a la evacuación forzosa de 30 mil turistas y el cierre de 9 mil cuartos de hotel, en aquel entonces la quinta parte del inventario estatal.
- Agosto 29, 2005: el huracán Katrina impacta la costa sur de los Estados Unidos y la marea de tormenta borra del mapa las poblaciones de Biloxi y Gulfport, en Mississippi. Los diques de Nueva Orléans no aguantan y la capital del jazz se sumerge bajo las aguas de su propio lago. Los cadáveres de personas y animales flotan en el miasma durante días, el hambre y la peste se ciernen como amenazas en el país más poderoso del mundo. Los daños materiales suman 80 mil millones de dólares, el huracán más costoso de la historia. Cancún no estuvo cerca de la trayectoria de Katrina, pero sí está cerca de Nueva Orléans, en el mismo mar, con los mismos huracanes…
- El sábado 1 de octubre amanece despejado en Cancún, pero por la tarde cae un chubasco de proporciones bíblicas. Llueve toda la noche y la ciudad despierta bajo las aguas, con inundaciones de metro y medio en algunas regiones. El culpable de tanta humedad fue una perturbación común, que se convirtió en la tormenta tropical Stan, uno de los huracanes más destructivos de la década. Muy mal le fue a Chiapas: treinta ríos se desbordaron, arrasando pueblos enteros en el área de Tapachula. Pero peor le fue a Guatemala, donde un pueblo entero, Panabaj, quedó sepultado bajo una montaña de lodo, muriendo la totalidad de sus 800 habitantes. El saldo de Stan para México fue pavoroso: cientos de muertos, 19 mil lesionados, 58 mil evacuados, 155 mil viviendas destruidas, 125 carreteras dañadas, 800 colonias inundadas. Una tragedia, pero a la vez una lección: el ojo de este modesto huracán pasó a miles de kilómetros de los lugares que vistió de luto.
Gilberto, Keith, Opal, Roxanne, Mitch, Isidore, Iván, Emily, Katrina, Stan…
Diez episodios ciclónicos en menos de dos décadas, un verdadero curso intensivo en materia de huracanes. Tanto así, que no es un disparate afirmar que la población de Cancún se ha graduado en la materia. Tal vez no sean muchos quienes entiendan las complejidades de la escala Saffir-Simpson, ni conceptos técnicos como la convección de los vientos y los matices del efecto Coriolis, pero todo mundo sabe a qué velocidad avanza el peligro y puede calcular de qué tamaño es el monstruo.
Más importante aún, todo mundo se prepara. Las ventanas se cubren con tablones o se protegen con masking tape (y muchas tienen cortinas anti-huracán), las azoteas se limpian (para evitar los proyectiles voladores), los árboles se podan (en caso de alerta de huracán, se pueden talar sin permiso), las lanchas se sacan del agua, los aparatos eléctricos se forran en plástico y la alacena se llena de provisiones: agua pura, comida en latas, pilas para el radio y las linternas, pastillas de cloro, botiquín de primeros auxilios.
Eso parece poco, pero es mucho. A la hora de la emergencia, es vital contar con que la mayoría de la población sabrá refugiarse en casas seguras, que permanecerán alejados de las ventanas, que no saldrán a curiosear durante la fase crítica, que cuidarán de los indefensos.
Un recuento detallado de esa experiencia acumulada se narra en el capítulo La cultura de huracanes, del libro Fantasía de banqueros II, que puede solicitar sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com. Después de leerlo, se entiende muy bien la sentencia que asegura que los huracanes son los impuestos que tenemos que pagar por vivir en el paraíso.