Víctima de las modas políticas, el organismo responsable de la creación de Cancún pasó de protagonista central a figura decorativa.
Crédito Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
Desde el momento mismo de su nombramiento, el financiero Jacques Rogozinski tenía muy claro cuál sería su labor como director de Fonatur. Partidario a ultranza del neoliberalismo, Rogozinski pensaba que la principal labor del fondo, construir ciudades turísticas, estaba fuera de lugar. En su visión, la libre acción del mercado debía producir todos los aportes que generaba Fonatur: los planes maestros, las reservas territoriales, los esquemas financieros, las campañas de promoción, y desde luego, la estrategia de crecimiento. Sin razón de ser, el Fondo sólo podía encarar un destino: desaparecer del mapa.
Reputado como un financiero brillante, Rogozinski puso todas sus energías en su labor liquidadora. Su estrategia contemplaba varios pasos. Primero, vender todos los activos de Fonatur, en su mayoría lotes y reservas sin urbanizar, eliminando la exigencia de construir, para que la iniciativa privada les diera un uso discrecional. Segundo, eliminar los créditos: si los desarrolladores necesitaban fondos, bien podían acudir a la banca comercial. Tercero, cancelar las campañas de promoción: cada destino, con sus propios recursos, sería el responsable de atraer turistas. Y cuarto, cortar los fondos que Fonatur destinaba al mantenimiento de sus ciudades turísticas.
En el caso de Cancún, el compromiso de Fonatur incluía el bulevar Kukulcán, la vía de cuatro carriles que cruza la totalidad de la zona hotelera (con casi 30 kilómetros de recorrido), mediante un programa permanente de bacheo, más una repavimentación cada dos años. Ese fue el primer blanco de Rogozinski: simplemente, dejó de mantener el bulevar que, sometido a un intenso tráfico, en pocos meses se saturó de baches y de grietas.
Las protestas fueron inmediatas, pero Rogozinski resultó un hueso duro de roer. No sólo no dio marcha atrás, sino que anunció que pronto entregaría el mantenimiento de la zona hotelera al municipio, sin siquiera mencionar el traspaso de recursos. No contaba que enfrente tenía un gobernador correoso, Mario Villanueva, quien pronto desarticuló la intentona. Pero los escarceos de Rogozinski, quien sí logró vender muchos activos del Fondo, sí suspendió los créditos, sí canceló la publicidad y sí dejó que se hiciera pedazos el bulevar Kukulcán, tuvieron un efecto profundo en la vida de Fonatur, que perdió el papel protagónico que desempeñó en Cancún durante las primeras décadas.
Recuerda Ricardo Alvarado, quien participó en las áreas de planeación de Fonatur desde 1984: “Fueron años de verdadera sequía. Hacíamos planes y proyectos, pero todos se quedaban en el escritorio. Yo no tengo dudas: Rogozinski traía la consigna de cerrar Fonatur.”
Pero la consigna de desmantelar el Fondo venía del sexenio anterior, cuando el gobierno de Salinas de Gortari lo privó de recursos fiscales, y sus sucesivos directores (Pedro Joaquín Coldwell, Enrique del Val, Mario Ramón Beteta), se vieron obligados a rematar los activos de la institución para sobrevivir (en el caso de Cancún, la subasta incluyó la Casa de Visitas del gobierno de México, hoy ubicada en el parque Kabah).
La cruzada de Rogozinski sacó chispas, pero no duró mucho tiempo. En cambio, sí ha durado (y mucho) el rumbo errático de Fonatur, siempre sometido a decisiones políticas, en cuya oficina principal lo mismo han despachado los buenos que los malos, incluyendo un gestor todo-negocios como Emilio Gamboa, un prepotente iracundo como Alfredo del Mazo, un planificador eficaz como John McCarthy, un inmobiliario inepto como Miguel Gómez Mont, una funcionaria íntegra como Adriana Pérez Quesnel, un cero a la izquierda como Héctor Gómez Barraza y un ex gobernador acomodaticio como Miguel Alonso Reyes.
Esa especie de subibaja está detallado en el capítulo La debacle del coloso, del libro Fantasía de banqueros II, que se puede solicitar sin costo al correo fantasiadebaqueros@gmail.com. El texto contiene algunas claves para entender el nuevo protagonismo de Fonatur, que si bien se encuentra fatalmente disminuido en la gestión de sus ciudades turísticas (como Cancún), ahora es responsable del proyecto insignias de la 4T: el Tren Maya. La razón parece evidente: más allá del director en turno, en el ramo turístico no hay organismo en México que tenga más experiencia acumulada.