Las dos alternativas que propuso Fonatur para convertir a Cancún en un puerto turístico terminaron en sonoros fiascos.
Crédito Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
El ritual tenía lugar de tanto en tanto. Con la concurrencia de las fuerzas vivas y en presencia del Señor Secretario, el Señor Director, el Señor Gobernador y el Señor Presidente Municipal, Fonatur anunciaba el solemne compromiso de equis grupo empresarial, para iniciar el proyecto que le daría a Cancún una salida al mar, tal como estaba previsto en la versión original del plan maestro.
Aviones con periodistas traídos desde México, templetes y mamparas gigantescos, coloridas láminas que explicaban paso a paso el plan de desarrollo, una cauda de magnates de prosperidad indiscutible y costosas inserciones en los periódicos y la televisión, acostumbraban servir de marco al montaje, cuyo acto central solía consistir en la colocación de la primera piedra.
Ahí, entre bromas y palmoteos, se hablaba de docenas de hoteles, de centenares de embarcaciones de recreo, de miles de cuartos, y de millones de turistas y de dólares, cifras alegres que presagiaban un éxito garantizado. Pero la secuela no era tan feliz: a la primera piedra nunca seguía una segunda, ya no digamos las restantes. El desenlace siempre era agrio: los inversionistas incumplían los plazos de pago, no iniciaban la construcción, se peleaban entre sí, especulaban con la tierra, y terminaban distanciados de Fonatur, y en más de una ocasión, litigando en los tribunales.
En cuanto al proyecto, lo mismo podía tratarse de Puerto Cancún, concebido como una extensa red de canales que se ubicaba entre la ciudad y Bahía de Mujeres, o del Malecón San Buenaventura, una marina de sobradas dimensiones sobre la laguna Nichupté, cuyo objetivo principal era darle servicio a los habitantes de Cancún. Ambos proyectos permanecieron durante años en el cajón de los pendientes, ambos requerían una inversión cuantiosa (que el gobierno no quería afrontar), ambos se presentaban como salidas al mar, pero ambos se atoraban una y otra vez, yendo de tropiezo en tropiezo.
Puerto Cancún, el más vistoso, fue desde siempre objeto de atenciones especiales. Tenía una ubicación privilegiada, ocupando un predio de 325 hectáreas con vista directa sobre la vecina Isla Mujeres. En los orígenes, se barajó la posibilidad de ubicar ahí el centro de la ciudad, pero la amenaza de inundaciones obligó a buscar otro emplazamiento. Luego se pensó en un puerto de cabotaje, y más tarde en un pueblo náutico de sabor mediterráneo, en los dos casos con la idea de darle a la ciudad una salida al mar, un espacio donde la gente pudiera vivir, interactuar con los turistas y, eventualmente, tener una embarcación.
Nada de eso sucedió. Presionado por la falta de recursos, Fonatur terminó cediendo el predio a un inversionista americano, John Kelly, quien prometió un desarrollo que nada tenía que ver con los planes originales: un fraccionamiento privado. Comenta Kemil Rizk, testigo directo de ese proceso: “Eso no era lo que queríamos, no era una salida al mar. Con esa modalidad, se canceló en definitiva la idea de que la ciudad fuera puerto, de que los habitantes de Cancún tuvieran un acceso franco al agua.”
La otra decepción, el Malecón de San Buenaventura, más tarde Malecón Cancún, al final Malecón Tajamar, ha sido todavía mayor. También en este caso, que preveía la construcción de una gran marina pública, donde cualquier habitante de la ciudad podría rentar un espacio y mantener una embarcación, hubo una sucesión de inversionistas incumplidos y una retahíla de procesos judiciales. Al final, a un costo astronómico, Fonatur recuperó los predios y construyó lo que sería, en teoría, el nuevo centro de la ciudad, con Palacio Municipal incluido.
Fracaso rotundo: el Ayuntamiento remató el predio y malversó el dinero, pero el tropiezo mayor provino de una amenaza no detectada, cuando un grupo ecologista logró que un magistrado paralizara el proyecto, años después de que habían sido vendidos la totalidad de los lotes y con el increíble argumento de que la construcción del complejo había violado los derechos de algunos niños, de acuerdo a un oscuro tratado internacional.
La historia detallada de estos dos fiascos, los más chocantes en la corta historia de la ciudad, se encuentra en el capítulo La salida al mar, del libro Fantasía de banqueros II, que se puede solicitar sin costo al correo electrónico fantasiadebanqueros@gmail.com. Ahí queda en evidencia que la insidia, la avaricia, la demagogia, e incluso la tontería, cuando se conjugan pueden mucho más que la lógica y la razón.