Cancún se fundó como un proyecto turístico, pero el auge fue resultado de una estrategia financiera.
Crédito Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
Hay varios elementos que explican el éxito de Cancún: un proyecto de ciudad cuidado hasta el máximo detalle, un momento político muy oportuno, el apoyo decidido de los banqueros, la enjundia (casi heroica) de los colonos. La suma de esos factores, sin embargo, no es suficiente para explicar cómo fue que esa pequeña isla del Caribe se convirtió en pocos años en el primer centro turístico de América Latina.
La respuesta a esa pregunta tiene cuatro letras: swap. Se trata de un término en idioma inglés que literalmente se traduce como permuta y que, en la década de los 80s, se usó para designar la estrategia que el gobierno de México, asfixiado por los costos de la deuda externa, puso en práctica para atraer inversiones foráneas.
El panorama de la época era desolador. Frívolo e impetuoso, el presidente López Portillo se embarcó en una serie de inversiones faraónicas, deslumbrado por el espejismo del petróleo. En sus prisas, no dudo en contratar créditos al por mayor, llevando la deuda externa a un nivel de escándalo: 150 mil millones de dólares. Al final, terminó expropiando la banca privada y confiscando las cuentas en dólares, lo cual provocó un pánico justificado en los inversionistas.
En el manejo de la economía no le fue mejor a su sucesor, Miguel de la Madrid. En vez de revertir la expropiación, inventó un mecanismo para controlar la inflación, la Alianza para la Producción, que no logró controlar nada: en su sexenio, el tipo de cambio brincó de 150 a 3 mil pesos mexicanos por dólar.
De manera increíble, fue en ese clima inestable y tormentoso que Cancún dio el gran salto adelante: entre 1985 y 1990, el capacidad hotelera del destino se triplicó, pasando de 6 mil a 19 mil habitaciones.
Opina el gobernador que vio el arranque del programa, Pedro Joaquín Coldwell: “El país estaba en una situación económica muy difícil, y Quintana Roo también. Cancún se había estancado, no se estaban construyendo nuevos cuartos. Pero los swaps para el turismo fueron un enorme incentivo.”
Coincide el entonces secretario de Hacienda, Jesús Silva Herzog: “Estábamos muy atorados, sobre todo en los flujos de inversión extranjera. El riesgo de invertir en México se percibía muy alto. Así que tuvimos que proceder con cierta audacia. Visto a la larga, el swap fue una estrategia correcta.”
Pero el incremento en el número de cuartos tuvo su rebote en el equipamiento de la ciudad, pues en el mismo lapso se construyeron el Centro de Convenciones, el fraccionamiento Isla Dorada, un rosario de plazas comerciales (Caracol, Flamingos, Kukulcán), y hasta la plaza de toros. Un relato pormenorizado de ese auge, con las opiniones de los protagonistas (el español Pedro Pueyo, los mexicanos José Chapur y Abelardo Vara, y varios más), se encuentra en el capítulo El gran salto adelante, del libro Fantasía de banqueros II, que puede solicitar sin costo al correo electrónico fantasiadebanqueros@gmail.com
El balance final de los swaps: cuando se agotó el esquema, Cancún había superado en capacidad de alojamiento al puerto de Acapulco, y de golpe se había convertido en el primer destino turístico de México, de toda la cuenca del Caribe, y de América Latina en su conjunto. Esa fue la gran paradoja: mientras el país atravesaba por una de las crisis económicas más severas de su historia, Cancún registraba un auge que lo convertiría en sinónimo de éxito a nivel mundial.