En parte por costumbre, en parte por cálculo político: así se definió la fecha de cumpleaños de nuestra ciudad.
Crédito Fernando Martí / Cronista de la Ciudad
Cancún es, quizás, la ciudad mejor planeada en la historia de México. Decenas de especialistas participaron en la elaboración del plan maestro, el sacrosanto conjunto de normas y reglamentos que luego se aplicaría en la etapa de construcción. Urbanistas, abogados, financieros, mercadólogos, y hasta políticos, aportaron sus conocimientos y opiniones para afinar el proceso de fundación, muchos antes de que se pusiera la primera piedra.
El problema es que nunca se puso la primera piedra. O más bien sí, claro que se puso, pero ningún notario estuvo presente para certificar tal acontecimiento, ni hubo ceremonia protocolaria, ni vecino o colono que se tomara la molestia de anotar en un cuaderno una frase con sabor histórico, del tipo el día de hoy se iniciaron los trabajos. Simplemente, en enero de 1970, sin mayor protocolo se iniciaron los trabajos.
El mandamás del equipo fundador, Antonio Enríquez Savignac, confesaba años después: “Nunca se nos pasó por la cabeza. El sitio elegido era selva virgen, y no había vecinos, ni colonos. Se nos olvidó de plano.”
Pero las ciudades, como las personas, necesitan un cumpleaños. No se trata tan solo de una fecha: tal día, tal mes, tal año. El cumpleaños es mucho más: es un rasgo de identidad, un instante que certifica la llegada a este mundo, una suerte de marca indeleble y única (aunque sea compartida con miles de gentes), y por eso ocupa un lugar destacado en cualquier calendario personal y figura en algún rincón de todos nuestros documentos básicos, empezando por el acta de nacimiento y siguiendo con la fe de bautismo, el certificado de primaria, la cartilla militar, la licencia de manejar, el pasaporte, la credencial del IFE, y hasta la cédula fiscal, o sea, el Registro Federal de Contribuyentes.
Eso lo sabían muy bien, en la antigüedad, quienes se dedicaban a fundar ciudades (si es que tal oficio existe). Por eso, aunque se tratara de una llanura desierta (como en el caso de Puebla), de una playa desierta (como en Veracruz), o de un islote con un nopal devorando una serpiente (¡viva México!), lo procedente era reunir a la corte o al cabildo, invocar a los dioses protectores, pronunciar un par de arengas patrióticas, echar bendiciones a diestra y siniestra, y muy importante, redactar un acta de fundación, para que el suceso quedará para la historia.
Como nada de eso sucedió en Cancún, años más tarde hubo que inventar un cumpleaños. Ese lance corrió a cargo de un alcalde imaginativo y audaz, José González Zapata, quien en 1988 convocó a una sesión solemne y, aprovechando que estaban reunidos los pioneros, los notables, las fuerzas vivas, y las autoridades del Estado y del país, sometió al Cabildo un acuerdo para que el 20 de abril fuera adoptado como fecha oficial de fundación de Cancún, atendiendo a “la memoria de los fundadores y documentos relativos a tal hecho”.
Nadie identificó nunca a los memoriosos fundadores, nadie jamás leyó los supuestos documentos. No era necesario. Para ser entendida, la historia requiere de mitos, entendidos como la interpretación de un pasado confuso (el tiempo arqueológico, lo llama Levi-Strauss), en términos que puedan ser comprendidos por la mayoría. Aunque sea reciente, el origen de Cancún es confuso (nadie se percató que había que fundarlo), pero la solución es el mito del 20 de abril, plasmado en un acuerdo de cabildo.
Todavía después, al mito se le añadió otro mito, que ese día había llegado el primer lote de maquinaria (efeméride que no consigna el acuerdo de González Zapata), pero los detalles de esa historia están en el capítulo En un día feliz…, del libro Fantasía de Banqueros II, que puede solicitar sin costo al correo electrónico fantasiadebanqueros@gmail.com