En la prehistoria de Cancún, jugó un papel estratégico una modesta aeropista de arena comprimida, cuya existencia ignoraban los técnicos de Infratur.
Fernando Martí Cronista de la Ciudad
La puerta de entrada a Cancún es el cielo. Así lo consignan las estadísticas: nueve de cada diez visitantes arriban a este destino por vía aérea, tráfico que ha provocado que nuestro aeropuerto sea, a nivel nacional, el primero en conexiones internacionales y el segundo en pasajeros, y a nivel local, el negocio más rentable y próspero del estado.
Aunque nunca imaginaron esas cifras, esa puerta de entrada estaba en la mente de los creadores de la ciudad. Con impecable lógica, el plan maestro argumentaba que las ciudades emisoras de turistas se encontraban muy lejos, a cientos o a miles de kilómetros de distancia, y eso implicaba que Cancún tendría que ser un destino aéreo, o no sería.
Así que se aplicaron en la tarea. Contrataron expertos en aeronáutica, coquetearon con las aerolíneas, y sobre todo, consiguieron los recursos, porque no fue nada fácil convencer a la secretaría de Hacienda que aportará metálico para construir un aeropuerto internacional en plena selva. Aunque es un dato poco comentado, Cancún tuvo un aeropuerto internacional (marzo de 1975), antes de tener un presidente municipal (abril de 1975), cuando apenas contaba 8 mil habitantes.
Ese proyecto faraónico, sin embargo, tuvo un antecesor: la aeropista Puerto Juárez. Dos décadas antes, otro visionario de la política, Carlos Lazo, trató de unir por ferry Isla Mujeres con La Habana en un proyecto llamado Circuito Náutico del Caribe, que incluyó el trazo de una modesta pista de sascab comprimido, ubicada físicamente en el actual casco urbano de Cancún.
Ese humilde acceso fue la primera puerta de Cancún. Por ahí llegaron los urbanistas que imaginaron la ciudad, los técnicos que la construyeron, los banqueros que la financiaron, y también los primeros turistas que la conocieron (por vía aérea). Ahí aterrizó con un gran jet un piloto distraído (que la confundió con el aeropuerto internacional), y ahí se construyó la torre de control con techo de palapa, ese pintoresco edificio que se ha convertido en el símbolo de la ciudad.
Mas así como surgió, de la nada, así desapareció. Concluida su misión, se convirtió en un baldío, terreno de juego para la chiquillería del pueblo, hasta que los urbanistas le encontraron una nueva vocación: la de calle. Así la conocemos hoy día, con un rosario absurdo de nombres superpuestos (Libramiento Kabah, Avenida Rodrigo Gómez y Avenida Javier Rojo Gómez), sin una placa que recuerde que alguna vez figuró en las cartas de navegación aérea como la puerta de entrada del proyecto Cancún.
Una historia detallada de la aeropista Puerto Juárez se encuentra en el capítulo Un regalo del cielo, del libro Fantasía de Banqueros II. En versión electrónica, el capítulo se puede solicitar sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com