La insólita crónica de un gobernador que apoyó sin reservas a Cancún
Como bien se sabe y se percibe, el gobierno de Quintana Roo siempre ha tenido una conducta poco fraternal con Cancún, ya se trate de la beligerancia abierta de Chucho Martínez Ross, la actitud distante de Miguel Borge, la frialdad recelosa de Joaquín Hendricks, y el desdén manifiesto de Félix González y de Beto Borge.
Sin regateos, los gobernantes del Estado compraron la leyenda de que Cancún era una zona en exceso privilegiada, un paraíso elegido por los dioses que no requería ni atención ni apoyos, y que debían enfocar su esfuerzo y sus recursos a regiones más desvalidas, como el sur y la zona maya (el único que medio se salva fue Pedro Joaquín, con su programa Nuevos Horizontes).
Los resultados de esa política miope están a la vista: el sur y la zona maya siguen postrados, y Cancún es una ciudad disfuncional, desatendida, con una mancha urbana caótica (una responsabilidad del Estado y del municipio), mientras que la zona hotelera, responsabilidad de Fonatur, sigue funcionando a las maravillas. Para decirlo sin rodeos, aquí están los peores problemas del Estado.
En ese contexto, hay dos gobernadores cuya actuación vale la pena revisar. No lo fueron del Estado, sino los últimos del territorio: el hidalguense Javier Rojo Gómez y el tabasqueño David Gustavo Gutiérrez Ruiz. Quizás porque eran fuereños, entendieron que Quintana Roo debía ser una unidad, y que la sorda rencilla y el rencor entre sus regiones no iba a beneficiar a nadie.
En 1969, antes de que se pusiera la primera piedra en Cancún, el gobernador Rojo Gómez declaró: “Todo mundo pronostica que si un programa turístico se lleva a cabo con vigor y en la forma adecuada en el Caribe mexicano, esta zona del país dentro de unos cuantos años sería la atracción del mundo, con todas las ventajas económicas y sociales que de este hecho se derivarán. El pronóstico no es ilusorio si se tienen en cuenta los enormes recursos que México tiene en esta zona. Lo importante es trabajar con decisión y con patriotismo para convertir en realidad estos deseos”
Voz de profeta, sin duda. Pero aparte de ser buen agorero, fue un político capaz, honrado a carta cabal, un hombre de ideas y un funcionario que se murió en la raya. Con toda justicia, se hizo acreedor a un homenaje superlativo: su nombre está inscrito en letras doradas en el Congreso de Quintana Roo, homenaje que no ha recibido ninguno de los fundadores de Cancún.
Rojo Gómez tuvo una participación activa en el arranque del proyecto Cancún, que está detallada en el capítulo Un aliado invaluable, del libro Fantasía de Banqueros II, que puede solicitar sin costo al correo fantasiadebanqueros@gmail.com